Diario de León

| La grada | En el Calderón |

Una goleada que disipa toda duda

Luis García da la razón a Luis Aragonés al sumar tres goles frente a una penosa Eslovaquia Un ambiente fantástico con gente llegada de toda España empujó a la selección al triunfo

Los jugadores escuchan el himno nacional abrazados

Los jugadores escuchan el himno nacional abrazados

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Ignacio TylkoA. Gómez - madridmadrid
León

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España dejó sellado en la caldera del Manzanares su billete para el Mundial de Alemania y podrá irse de vacaciones tres días a Bratislava. Pese a sus dudas en el arranque de la segunda mitad, donde dio vida a los ínfimos eslovacos, la tropa de Luis se dio un paseo triunfal de fútbol y goles cuando más lo necesitaba, cuando se hallaba al borde del abismo por culpa de sus recurrentes errores. Un excelso Luis García, que dio la razón a Luis a base de goles, con un triplete para la historia, España escenificó la mayor fiesta de la era Aragonés. Ya era hora. Goleó porque es infinitamente mejor y porque cuando más dudas y prisas evidenciaba, Eslovaquia se quedó con diez y firmó su definitiva rendición. Por fin, España ahuyenta los fantasmas, el peligro de una eliminación que hubiera sido ridícula. «Soy un hombre de suerte». Resulta que la célebre sentencia de Luis va a ser cierta. Hubo que esperar a la repesca para que los vaticinios del 'sabio' se cumplieran y el desenlace del partido tuviera el guión diseñado en la pizarra. Sólo hubo dos previsiones que no se cumplieron. La timorata, blanda y novel Eslovaquia fue mucho menos de lo que se nos había vendido y España volvió a encajar un gol absurdo por no saber si atacar o defender. Por más que eliminase a Rusia, el rival fue un aliado de España. Demostró ser vulgar hasta decir basta, sin alma, sin capacidad de reacción, sin ánimo y aparentemente entregada de antemano al mayor potencial español. Su error más grave, dejar campar a sus anchas a Xavi, un jugador de mente preclara y pase preciso que puede hacer magia con el balón si nadie le encima. Luis se cargó a Joaquín y, después de lo visto, nadie le echó de menos. Jugó al gato y al ratón, pero al final mantuvo su dibujo tipo y apostó por dos hombres de banda. Confío en Luis García, entre otras muchas razones porque tiene mucho más gol que el extremo bético, y el de badalona le respondió con grandeza. Lo fundamental es que abrió la endeble lata eslovaca con dos chicharros en poco más de un cuarto de hora que dieron pausa y tranquilidad, excepción hecha de los primeros minutos de la segunda parte. El seleccionador ordenó un ritmo alto en el arranque y mucho movimiento sin balón para atemorizar a los fornidos eslovacos, calentar aún más el Calderón y comenzar a ganar la batalla por fútbol y bemoles. Reclamó al menos un 50% de acierto en la puerta y zas, España se colocó 2-0 casi en sus dos primeras llegadas. A partir de ahí, tocaba medir los tiempos, saber competir e intentar golear al contragolpe. En ese comienzo excelente, todo salió a pedir de boca e incluso la 'roja' ganó a balón parado, donde teóricamente los centroeuropeos tenían ventaja porque eran más altos, más fuertes y más contundentes. Pero Xavi la pone allí donde quiere y Luis García sabe elevarse como un resorte, como mandan los cánones clásicos y se exige en la 'Premier' inglesa. En plena apoteosis, el de Tarrasa vio el desmarque del badalonés y éste la cruzó ante la tímida salida de Cantofalsky. Sólo se llevaban 17 minutos de juego y la noche, de perros en lo climatológico, no podía parecer más despejada en lo futbolístico. Pero ocurrió que, con viento a favor, España volvió a pecar de inexperta, de insegura, de desconfiada. Hasta el descanso, siguó trenzando un buen fútbol, se presentó una y otra vez en los dominios del guardameta eslovaco, pero perdonó, Torres se estrelló contra el larguero y a Raúl se le anuló un gol legal. Igual que ocurrió ante Serbia, a España le entró en tembleque reanudación. Ni salió a machacar, ni tampoco a defender como fuera la jugosa renta. Quiso dormir el partido pero no supo y, encima, tuvo pésima suerte. En el primer lunar de Luis García, que perdió un balón tonto, llegó el primer disparo eslovaco a puerta. Vittek, la enchufó. De repente, España cayó presa de los nervios, de la precipitación, del querer hacer cada uno la guerra por su cuenta. Menos mal que llegó la mano, el penalti, la expulsión de Had y el gol de Torres, que marcó por tercer partido consecutivo. A partir de ahí, otra vez coser y cantar. Éxtasis de Luis García y guinda de Morientes. Las aguas volvieron a su cauce entre los escombros que rodean al Manzanares. La lluvia que cayó en la capital impidió que el Calderón estuviese lleno tan sólo 10 minutos antes del inicio del partido. Dentro del estadio, demasiados asientos vacíos. Fuera, aficionados atascados en una M-30 en obras, y en los alrededores del escenario, aparte de los puestos habituales, jóvenes vendiendo chubasqueros a 3 euros. Así, en las gradas se pudieron ver miles de seguidores resguardados con plásticos de todos los colores: azul, amarillo, naranja, verde... Pero por encima de todo, el rojo y amarillo de las banderas españolas, como las tres gigantes que se desplegaron en el Fondo Sur, bajo el lema: «Una bandera, una nación». Unos metros más abajo, otra pequeña que rezaba: «Cataluña is Spain». Esta desapareció cuando terminó de sonar el himno nacional, coreado, sin letra, por los 54.000 aficionados, de Madrid, y los llegados de muchos rincones de todo el país para presenciar el partido. En un ambiente fantástico en las gradas, pancartas y banderas de Valladolid, Granada, Burgos, Segovia, Jaén, Algeciras... y de numerosas localidades madrileñas. Los gritos de «¡Iker, Iker!» en el minuto 25, cuando el portero madridista quedó tendido en el suelo del campo tras un choque con un eslovaco confirmaban que la afición que se presentó a ver a España, deseosa de disfrutar y divertirse -ya quería botar a los 5 minutos tras sólo dos ocasiones de gol-, no era la que habitualmente acude a ver al Atleti al Calderón.

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