Diario de León

Desafío extremo Lhotse (8.516 metros)

Calleja conquista el Lhotse

El leonés culmina su hazaña y, además, probablemente haya batido el récord de descenso al realizarlo en sólo 16 horas. «Estoy más feliz que un niño con zapatos nuevos», asegura

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León

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ESCRIBE: Jesús Calleja Estimados lectores, gran numero el 12: crónica número 12, cima el día 12, y 12 somos en total los que hemos subido de momento a esta montaña este año. Ya estoy en el campo base de nuevo para informaros de que he conseguido la cima. A continuación os relato al detalle como ha sido. Debido al tamaño descomunal de esta montaña, hay que emplear entre 4 a 5 días para ascenderla y otro u otros dos para descender. El día 8 de mayo escalo de nuevo la cascada de hielo para llegar al campo II a 6400 metros. Allí estoy dos noches, porque me cojo una gastroenteritis. Mientras saco unas fotos, observo la caída de un checoslovaco que intentaba la escalada en estilo alpino. La dificultad de esta montaña se cobro otra víctima. El día 10 escalo junto a mi sherpa Tsiring el muro de hielo de la pared del Lhotse que da acceso al campo III a 7.300 metro. Una vez alcanzo las llamadas bandas amarillas, a 7.600 metros de altitud, empieza una rampa de hielo que en un punto determinado se divide en dos. Una ruta se dirige al campo IV del Everest, y la otra ruta al campo IV situado a 7.900 metros del Lhotse que es mi objetivo. Aquí tengo la suerte de poder guarecerme en una precaria pero estratégica tienda que previamente había instalado dos noruegos que intentaron un ataque a cima y no concluyeron con éxito. Me instalo junto a mi sherpa y el sherpa de los noruegos. Luego pasamos unas horas medio dormitando pues el frío y sobre todo el viento eran endemoniados. Yo me pongo en marcha con mi serpa a las dos de la madrugada, y al poco tiempo alcanzo a los chilenos y les adelanto. Mi sherpa tiene principio de congelación en las dos manos y decide volverse al campo cuatro. A partir de este momento me encuentro solo en mitad del mayor temporal de viento y frío que he sufrido en mi vida, pero a 8.200 metros de altitud. Decido continuar, a pesar que el miedo se apodera de mí. Sólo 24 horas antes ha muerto un alpinista en este mismo corredor. Yo ahora estoy sólo con una visibilidad de a penas 20 metros. El viento me zarandea como una marioneta. La escalada es muy técnica y arriesgada, y en 200 metros, quizás los mas difíciles, no hay cuerda y decido escalar «a pelo», sin ningún tipo de seguro. En mi mente perfilo los difíciles problemas que tendré al regreso, pues no podré rapelar este tramo y tendré que destreparlo con el cansancio acumulado. Ahora es momento de tomar la decisión final, y sin dudarlo me enfrento a este pasaje de 200 metros de gran dificultad técnica. Al cabo de un buen rato, lo libro sin mayores problemas y ya sólo me queda terminar este largo corredor de hielo, nieve y rocas, para situarme debajo de la pared final. La parte final Me coloco debajo de esta pared, para concentrarme al máximo en no cometer errores. Es la parte final y la más técnica. Aquí por fin bailo «la danza del Lhotse», un pie en precario equilibrio con la roca, el otro sobre una vira de fino hielo gris, con una mano anclo mi piolet y con la otro alcanzo a incrustarlo en la roca. Así, un movimiento tras otro, hasta librar los 50 metros finales, los más técnicos y arriesgados. En ocasiones el viento era tan violento que prácticamente levitaba sobre mis piolets. Era una locura, no debía continuar escalando, tenía que haberme retirado. Desafié a la lógica y conseguí llegar a la cima con sus 8.516 metros de altura en mitad de la mas violenta tempestad que jamás he vivido. La fiebre de la cima me hizo continuar sin mirar atrás. Sólo empleé media botella de oxígeno, pues sin esa media botella sería imposible sobrevivir a semejante frío. Lo peor de este día es que no he podido grabar demasiada película, pues no se veía casi nada, pero en la cima un rayo de sol me dejó fotografiar y grabar esta espectacular cima, donde es imposible ponerte de pie, pues es vertiginosa la verticalidad y apenas entra un persona. El descenso fue igual de agónico y tuve que destrepar parte de este expuesto corredor sin cuerda ni seguros. Es importante no cometer errores en el descenso, pues uno está cansado y es fácil cometerlos. La concentración siempre al máximo, aunque el cerebro esté embotado por la falta de oxígeno. Llego al campo IV en mitad de esta violenta tormenta y me encuentro a mi amigo sherpa en la tienda con las manos completamente blancas, síntoma inequívoco de que sufre congelaciones. Le doy fuertes friegas para que reaccionen sus maltrechos dedos y le inyecto dos dosis de eparina, para licuar su sangre y favorecer la irrigación, además de suministrarle aspirina. Sin más dilación, tenemos que descender para salvar sus dedos, pues a menor altitud, mejor riego sanguíneo y mejor oxigenación. Alcanzamos el campo III, cuando lo normal es descansar en el campo IV hasta el día siguiente. Llegamos muy cansados, pero no me gusta el color que están tomando sus dedos y le convenzo para descender al campo II. Llegamos al campo II, y tenemos la suerte de contar con un médico filipino que le atiende enseguida y le pone a salvo los dedos. Yo me recupero milagrosamente y continúo bajando altura y me propongo intentar llegar al campo base. Los allí presentes me dicen que sería un locura, pero ahora estoy más decidido que nunca a intentar este pequeño récor. Desciendo solo por el valle del silencio, y disfruto del mejor momento del día al estar solo en este impresionante y mágico valle, para alcanzar el campo I casi poniéndose el sol. Sin darme cuenta, estoy tirado en mitad de una plataforma de hielo prácticamente durmiendo de agotamiento, y me despierta un frío intenso característico de la puesta del sol en el glaciar. Me guste o no tengo, que sacar fuerzas de flaqueza y llegar como sea al campo base o pasaré una mala noche. Continúo descendiendo la cascada de hielo, y alcanzo el campamento base prácticamente anocheciendo. La gran sorpresa Mi sorpresa, cuando me van a recibir al pie de la cascada multitud de amigos y desconocidos del resto de las expediciones para darme la enhorabuena por la hazaña conseguida. Allí mismo mi oficial de enlace me comunica que, casi seguro, he batido el récord de velocidad de ascenso y descenso del pico Lhotse. Es decir, desde el campo IV ir a cima, y descender al campo base en 15 horas, 50 minutos, por medio 3.500 metros de desnivel. Mínimo dos días máximo tres. Yo lo he realizado en menos de 16 horas. Así somos los de León, burros como arados cuando nos lo proponemos. Este ha sido el pequeño diario del día de cima. Emocionante, espectacular, lleno de acción y sorpresas. Así son estas fabulosas montañas. Gracias a Dios y los Budas, Tsiring se esta recuperando de las congelaciones, y yo estoy mas feliz que un niño con zapatos nuevos. Pronto, en menos de 15 días estaré embarcado en la siguiente prueba de mi apretado calendario del proyecto «Desafío Extremo». Será la escalada al pico Mackynley junto con mi hermano, cerca del círculo polar ártico, en Alaska. Ya os lo contaré la expedición como hasta ahora, mis fieles lectores, que sois mi gasolina para conseguir los objetivos del proyecto. Ahora sólo daros una vez mas las gracias por estar ahí y dedicar esta crónica a todos mis amigos y en especial a los de mi pandilla del monte: mi hermano Kike, Fernando, Manu, Emilio, Cesaroto, Silvano, Apa, Nacho Vidal, Roberto, Javi, .., y a todas sus mujeres y novias. Os veo pronto en León. Y sobre todo gracias a mis patrocinadores, la Consejería de Cultura y Turismo y RMD.

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