| Reportaje | Las supersticiones |
Raúl se rebela por su suplencia y discute en público con Aragonés Cuando los mundialistas sólo piensan en alejar el mal fario
El capitán, muy fallón todo el entrenamiento, fue abroncado por Luis por su escasa tensión El técnico de España sembró la polémica en Alemania por unas flores amarillas y cada jugador tiene su celebración para
La víspera del partido ante Ucrania, Raúl González rompió su silencio de dos semanas y se esforzó por enviar un mensaje de tranquilidad. El capitán de la selección no quería ser sujeto de discordia, ni que su pase a la reserva desatara un incendio que pudiera desestabilizar al equipo. «Para nada me ha dolido (se refería a su suplencia). Aquí estamos 23 futbolistas con la ilusión de jugar y ahora el seleccionador ha elegido once. Pero todos vamos a tener nuestra oportunidad. Espero que sea mi Mundial. No ha pasado nada raro. Para jugar contra Ucrania el entrenador ha optado por otros compañeros y ya está», aseguró. Lo cierto es que este discurso de Raúl, tan políticamente correcto en la víspera del debut mundialista, entraba en contradicción con las sensaciones que el delantero blanco transmite a diario en los entrenamiento en el Sportcentrum de Kaiserau, donde se le nota triste y cabizbajo, como fuera de sitio. De hecho, aquellas palabras se interpretaron más como una maniobra evasiva que como un mensaje sincero. Y esta impresión se vino a confirmar ayer con una escena que se vivió al término del entrenamiento matinal. Esta vez no fue una bronca o una broma, como la que hace unos días tuvo de protagonista a Cañizares. Fue la confirmación de que algo se ha roto, quizás definitivamente, entre el entrenador y el capitán. Raúl había estado desacertado en el partidillo de entrenamiento. Su equipo, el de los suplentes, había jugado bien y, de hecho, había superado al de los titulares, pero el delantero blanco falló tres ocasiones clarísimas y acabó la sesión abatido. Al cruzarse con Luis, éste le hizo unos gestos en los que parecía pedirle más ánimo, más tensión. El capitán escuchó las palabras de Luis con indiferencia y un semblante serio; tanto que el «Sabio de Hortaleza», molesto, acabó haciendo un gesto, tocándose el pecho, con el que venía recordarle quién es el responsable del equipo nacional. El jugador asintió entonces por puro compromiso, con la desgana de quien escucha la milonga de un pelmazo, y quiso irse. Luis Aragonés, sin embargo, le retuvo para volver a dejarle alguna cosa clara antes de retirarse ambos a los vestuarios. Hasta ahí la escena, grabada y retransmitida por todas las televisiones. Y, a partir de ahí, una serie de sospechas que, en este caso, se antojan bien fundadas por mucho que Sergio Ramos asegurara ayer que su compañero en el Real Madrid esta feliz en la concentración de Kamen. Con sus matices, la coincidencia entre los periodistas que siguen la actualidad de la selección es total: Raúl está triste y no se resigna al banquillo, a una suplencia que, además, será duradera. Lo contrario, al día de hoy, sería una sorpresa. Y es que Luis ha dejado muy claros los papeles en el equipo y no parece dispuesto a mover el once que utilizó ante Ucrania. Así las cosas, el capitán no puede ocultar su contrariedad. Competitivo hasta la médula, nunca ha sabido ser un actor secundario. Viene de sufrir una temporada ingrata y sabe que éste es su último Mundial; es decir, que se encuentra ante la última oportunidad de cambiar su sino con la selección, en la que nunca ha tenido la trascendencia ni los éxitos que ha tenido en su equipo. Por otro lado, Raúl estaba convencido de que Luis le tenía reservado un sitio en el once; ya fuera en la media punta o como segundo delantero. De este modo, al verse fuera, relegado a un papel menor, se ha sentido traicionado. Conjuros tales como no vestirse de amarillo, sentarse en el mismo asiento del autobús, confiar en el número 13 o besarse el anillo abundan en el Mundial para espantar la mala suerte y atraer a los buenos espíritus. Supersticiosos a más no poder, hay decenas de jugadores y técnicos que cumplen cada día, y con mayor energía los días de partido, una parafernalia de rituales, muchas veces con loca obsesión. Un caso raro en Alemania es el de Mario Lobo Zagallo, el veterano entrenador de Brasil que ahora cumple labores de coordinador técnico, que parece un amuleto en sí mismo. Zagallo es un creyente de esotéricas liturgias, desde que usaba la camiseta con el número 13 pese a que para la mayoría es un imán de la mala fortuna. Zagallo dijo que prefería la camiseta con ese dígito porque su mujer había nacido un 13 de julio, onomástico de San Antonio a quien le profesaba devoción. Pero también está convencido de que la buena estrella brasileña fue haber debutado un martes 13, así como celebrar que el nombre de Carlos Alberto (Parreira), tenga trece letras. Para colmo, los pentacampeones lucen en su camiseta el amarillo, color cuyos influjos causan temor en otras escuadras como la de España y en particular a Aragonés. El técnico rechazó al llegar a Alemania un ramo de flores porque había algunas amarillas, color que también le provoca pavor a Ricardo, el arquero de Portugal, que viste de riguroso negro. Raúl besa su anillo al festejar un gol y Juan Román Riquelme lleva colgada una medallita que le regaló su hija. Al contrario de lo que suponen ciertos prejuicios, estos hábitos que circulan en las periferias de las religiones, el entrenador de Angola tuvo que desmentir que su equipo necesite de la magia negra.