La lesión de Gasol apaga la fiesta
El pívot catalán salió llorando de la cancha a falta de 96 segundos para terminar el partido
Logrado el mayor éxito -de momento- en la historia del baloncesto español, no hubo fiesta en el vestuario de España. La lesión de Pau Gasol apagó los ánimos de una selección dispuesta a vivir su noche más feliz, pero que se quedó sin sonrisa. El pívot catalán, a quien hoy se le realizarán unas pruebas para determinar si tiene fracturado el metatarsiano de su pie izquierdo o ha recaído de su fascitis plantar crónica, lloró al salir de la cancha en volandas, conducido por Jorge Garbajosa y su hermano Marc a la enfermería. Gasol no pudo ni siquiera saludar a su paso por la zona mixta. En vez de eso, propinó un puñetazo lleno de rabia a uno de los carteles colocados entre jugadores y periodistas. Estaba hundido. Maldecía su mala suerte. Tanta lucha para disputar la primera final mundialista de la historia española y, a falta de 96 segundos para superar la semifinal, el pie izquierdo falla. Fue en una acción fortuita. Realizaba un giro hacia la línea de fondo, frente a Oberto, cuando cayó fulminado. Dolorido, tiró y marcó sus dos tiros libres y dejó el marcador en 73-67. Pero, sin él en la cancha, el equipo español vivió una agonía. A pesar del éxito, fue imposible celebrar nada. Ningún jugador dejó asomar atisbo alguno de alegría. «Más que preocupación, lo que sentimos es tristeza por lo que ha ocurrido, eso impide disfrutar el pase a la final a tope, hay cierto aire de pesimismo», admitía el capitán español, Carlos Jiménez. Rudy Fernández, a su lado, sentenciaba: «Pau está un poco jodido, es nuestro referente dentro y fuera de la pista, y se encuentra hundido». «Pau está mal», añadía Felipe Reyes. «Pau no se encuentra demasiado bien», confirmó Berni Rodríguez. José Manuel Calderón, sin embargo, apostó por la esperanza y, a la espera del resultado de las pruebas médicas que se realizarán a Gasol hoy, llegó a asegurar que «Pau está contento, esperando una noticia positiva». «El equipo está también preparado para jugar sin él si se diese el caso», apuntó el base extremeño. Algo nuevo para Argentina Sergio Hernández, seleccionador nacional de Argentina, lamentó haber tenido el último balón del partido en la semifinal del Mundial 2006 contra la selección española y no haberlo aprovechado, sin bien felicitó «a España por el triunfo» y pospuso cualquier análisis más profundo del choque hasta pasadas unas horas. «Tuvimos nuestras opciones. Tuvimos el último balón del partido. Es muy difícil decir ahora algo. Es una experiencia nueva. No hemos podido llegar hasta la final. Para superar esto necesito cuatro o cinco horas», admitió el técnico albiceleste. Hernández no ocultó la decepción por la derrota: «Teníamos el gran sueño de ganar este campeonato. Estoy muy orgulloso de mis jugadores, que se batieron hasta el final a pesar de las dificultades que tuvimos por las numerosas variaciones defensivas de España y por los cambios en la última jugada. España tiene mucho carácter y ha sido un gran partido». EL BALONCESTO griego vivió uno de sus más tristes días hace once años. El Panathinaikos, con Panagoitis Yannakis en sus filas, jugaba su segundo partido de Liga contra el Ambelokipi. Para sorpresa de todos, el técnico Costas Politis dejó a Nikos Galis, el mejor jugador griego de la historia, en el banquillo desde el inicio. No disputó ni un minuto en la primera parte. Cuando el entrenador pidió su ayuda, Galis, con el orgullo herido, se fue al vestuario. Era la retirada de un mito que sacudió a todo al básquet griego, que se mueve siempre entre el desánimo y la alegría. La organización del mundial en 1998 despertó los sueños, pero no cuajó. Grecia se fue de vacío y no se volvió a saber de ella hasta que apareció el año pasado en Serbia. Era un equipo que prometía, pero no había tenido la oportunidad de dar la talla. Llegó a los Balcanes con su baloncesto guerrillero, de sacrificio, sudor y lágrimas. Era el juego que siempre le ha gustado a Panagoitis Yannakis (Nikaia, Grecia, 1-1-1959), el que realizaba junto a los Galis, Christodoulou, Kabouris o Fassoulas. Una banda, la mejor generación del baloncesto heleno, que luchaba a muerte cada balón y que encandiló a un país al grito de «¡Hellas, Hellas!». Ahora, 19 años después de vencer en el Eurobasket de su país, Yannakis tiene otro grupo de gladiadores que no osan discutir las decisiones de uno de los mejores escoltas europeos. Ha impuesto el colectivo sobre el individuo, ha calmado los genios de tipos como Fotsis o Papaloukas para que canalicen toda esa mala leche dentro de la cancha, y ha hecho que pívots discretos como Papalopoulos se sientan importantes. Ese trabajo no ha sorprendido en Yannakis. Su carácter cuando metía triple tras triple se ha dirigido ahora al banquillo. Como jugador lo ganó todo: siete ligas (todas con el Aris), siete Copas de Grecia (seis con el Aris y una con el Panathinaikos), una Recopa (con el Aris), una Euroliga (con Panathinaikos) y un oro y una plata en los Eurobasket de 1987 y 1989, respectivamente. Después, entrenó al Panionios (2001-02) y al Maroussis (2002-06), equipo al que llevó a las semifinales de la Liga y con el compagina el cargo con la selección. De momento, no quiere oír hablar de Olympiacos y Panathinaikos, los dos equipos tótem de Grecia. Quiere la gloria con la camiseta nacional, si España no lo impide.