Diario de León

MANOLO CADENAS, EL MÍSTER

Un perfeccionista que de niño quería ser gladiador

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M. Á. Zamora - león
León

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Al míster todas estas historias le obligan a tragar saliva dos veces. El tipo de aspecto duro e implacable (más antes que ahora) se vuelve menudo a la hora de hinchar el pecho para que le cuelguen distinciones. Mucho más cómodo con el chándal de entrenamiento que con el frac de galas y saraos diversos, el tiempo le ha ido enseñando, los títulos le han hecho ir creciendo y algún disgusto, que siempre los hay, continuar madurando. Hasta para saber que también el reconocimiento forma parte del cargo, sobre todo, cuando es merecido. Se hizo experto en manuales de psicología cuando cayó en la cuenta de que tan importante como dar trabajo al cuerpo es conceder descanso a la mente. Probó fortuna con las academias de idiomas el día en que se autoexaminó sobre las excelencias de comunicarse con la sección extranjera de la plantilla sin necesidad de intérpretes. Y en la materia de intentar explicar a una parte de la grada que a veces no se pueden tomar decisiones a favor sin repercusiones en contra, todavía está ultimando el tratado. Pero como no hay maratón sin baches, en los días de duda echa un vistazo a la vitrina, y saca brillo a las cuatro peanas que ha visto levantar desde la banda. Lloró la primera vez que León se puso en pie desde el Palacio para celebrar la renovación de su contrato, medio lustro atrás. Hoy prepara la mejor de las sonrisas, dispuesto a celebrar que el profeta y la tierra por una vez se dan la mano y que todavía queda sitio en la biografía para escribir capítulos de oro. Porque presidente, directiva, plantilla y afición, no volverán hoy a casa con una placa bajo el brazo, pero buena es la dicha que, indirectamente, en nombre de todos, la recoge hoy uno. Y la merece.

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