| Perfil | Del cielo al infierno |
Un campeón sin término medio
Nada ha sido fácil en la vida de un deportista que fue un ídolo en Alemania y que acabó denostado, sin pruebas, en su propio país
Ha sido, la de Jan Ullrich, una de esas vidas deportivas que no han tenido término medio. Desde que se proclamó campeón del mundo de aficionados en línea en Oslo, en 1993, en el mismo circuito en el que un tal Lance Armstrong le ventiló la medalla de oro en profesionales a Miguel Induráin, hasta ayer, cuando anunció su adiós al ciclismo profesional, han pasado 14 años, mucho tiempo para poder mantener una cierta normalidad. Nada ha sido fácil en la vida de un deportista que fue un ídolo en Alemania y que acabó denostado en su propio país, que le crucificó sin ningún tipo de pruebas, después de que su nombre apareciese incluido en la Operación Puerto. Nacido en la extinta República Democrática alemana, no conoció a su padre, y se pasó buena parte de su juventud en las escuelas deportivas que funcionaban en su país. Fue uno de los «últimos productos» que salieron de las factorías de ese país. Amparado en una fortaleza física descomunal, sometido a un régimen de entrenamientos draconianos, la que era su mejor virtud, acabó convirtiéndose en su mayor enemigo. Poner en forma ese cuerpo se convirtió con el paso del tiempo en una tarea hercúlea. Con un apetito voraz, en el que los pasteles y los plátanos formaban parte de su dieta en plena competición, su carrera fue como el champán. Las burbujas florecieron muy pronto, pero acabó diluyéndose. Sus inviernos eran un drama. Llegaba a coger hasta 11 kilos de peso, que luego no podía bajar. Sus facultades físicas asombraban. Llegaba a arrojar 500 vatios de potencia en las pruebas que le realizaban y su capacidad de sacrificio no tenía límites. Se le olvidó muy pronto lo que le había costado llegar al mundo profesional. Tenía que someter a su organismo a unos esfuerzos que acabaron por romperle físicamente.