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Publicado por
MARTÍN
León

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SE HACE camino al andar, tal asevera el poeta, -sevillano de nacimiento, pero adoptivamente castellano- Antonio Machado (Caminante no hay camino, se hace camino al andar¿). Se hace camino al andar, pero es muy importante dejar huella. Manolo Cadenas no sólo ha hecho un gran camino deportivo, sino que además ha dejado huella por donde quiera que pasó, pero muy particularmente en «su aventura» con Ademar. Cadenas llegó a Ademar no ligero de equipaje deportivo, sino con las maletas bien cargadas. Había dejado su impronta de gran técnico por donde quiera había pasado (Leganés, Cantabria, Valladolid); guardaba el lujoso ropaje, muy preciado y precioso de títulos a gran nivel, conquistados en buena ley en muchas «batallas». Leonés de nacimiento llegó a su tierra, para conquistar algo que se dice extraordinariamente difícil (nadie es profeta en su tierra). Venía para dirigir un equipo pequeño, pero que abría una etapa ambiciosa, un barco de escaso velámen pero con expertos timoneles dirigiendo la nueva singladura. Conocían perfectamente lo que el Balonmano era, por haber sido cocineros antes que frailes en la cosa balonmanista; y por añadidura tenían sólidos basamentos empresariales. Excelente conjunción, mejor base prometedora para hacer una buena singladura. Posiblemente lo que ni él, ni ellos esperaban, era arribar a los buenos puertos que llegaron. En su equipaje, he dicho, venía un lujoso ropaje de títulos a niveles nacionales y europeos. Y se va incrementando muy notablemente su acervo deportivo de la lica a la Copa Asobal, pasando por la Copa del Rey y dos Recopas de Europa. Consiguió que un club, con presupuesto modesto, comparado con el de los «grandes», se hiciera temible y temido, logrando, por derecho de conquista, situarlo a la altura de los mejores, en plano paralelo a la élite. Su buena siembra, laboriosamente trabajada (el trabajo, la ambición sana; la entrega, son parte de sus herramientas principales) dio el ciento por uno, como la milagrosa de la parábola evangelista. Orfebre acreditadísimo en la modelación de jugadores, convirtió a muchos de ellos en figuras preciadas, con presencia muy notable en las lides internacionales y olímpicas. Con muchas luces iluminando su camino y muy escasas sombras, tan escasas que se difuminan totalmente en la luminosa intensidad de su buen hacer. Estudioso, como pocos, de la asignatura de Balonmano. Siempre presto a mejorar conocimientos y sistemas, en su pertinaz afán por aprender y saber. Prácticamente no conoce el descanso; porque, finalizadas temporadas y obligaciones, acude aquí y allá, donde haya condiciones y posibilidades de aumentar conocimientos y sistemas. Conocí a Manolo, presentado por el Hermano Tomás, cuando se hallaba presenciando un entrenamiento del equipo juvenil marista. Hasta allí le había llevado su peregrinaje para observar las calidades y cualidades de algunos jugadores, particularmente de Ávila, Parco en palabras, como todos los que tienen la gran virtud de callar para observar y sacar conclusiones. Sólo el Hermano, por aquel entonces, tenía la ilusión de que algún día dirigiera a Ademar. Una ilusión que afortunadamente se hizo realidad. Para bien de Ademar y del Balonmano leonés. Ahora se va. Es una ley inexorable de la vida, como ese caminar imparable de las nubes, de las sombras, de las horas de los días y de los años; nada más, y nada menos que doce años al timón deportivo de la nave ademarista. Se marcha por la puerta grande, dejándola cuando menos entreabierta para un día poder volver, un día que yo y muchos querríamos no fuera lejano, con las maletas totalmente repletas de éxitos, de logros deportivos, incrementando su ya amplio y lujoso equipaje. Y por supuesto habiendo dejado, como aquí, huella.