| Crónica | Al sereno |
Lucha por los pequeños ideales
Mientras el cuidado del medio es prioridad para unos, para los que el agua sólo sirve para ser utilizada y sus habitantes explotados hasta el exterminio si fuera necesario
Todos los seres humanos tenemos algún ideal, basado en los diferentes criterios que cada raza, cultura o ambiente en que nos haya tocado vivir, incluso dentro de nuestros niveles económicos o costumbres familiares. Los ideales suelen estar concentrados en grandes grupos: políticos, religiosos, deportivos, culturales, artísticos, profesionales, familiares, ecológicos, etcétera. Luego vienen los pequeños ideales individuales, lo que a uno le gustaría ser o hacer, que aunque formen parte del conjunto, constituyen tus signos de identidad, matizando conceptos y fijando tus propios caracteres, nunca iguales a los de cualquier otro ser humano. Ellos son la base de nuestras ilusiones y la medida con la que controlaremos nuestras decepciones. A veces te encuentras con amigos que saben de tu trayectoria, que conocen tu interés por todos los temas que afectan al ambiente fluvial, en detrimento quizá de otras cuestiones de positivismo económico, que se extrañan de que aún no te hayas decepcionado del todo en lo que respecta a ríos, aguas, pesca, pescadores y administradores de todo ello, viendo los resultados que un progreso deficiente ha ido acumulando en detrimento de todos los sistemas acuáticos del planeta, intentando ver detalladamente el porqué de su depauperación o de su posible conservación si se rectificasen algunos métodos. Me aseguran que nada tiene remedio, que todo está contaminado física y mentalmente, y que luchar contra la corriente no me reportará más que perjuicios, también físicos y mentales. Que mientras que tú sigues preocupándote por los desastres ecológicos, principalmente los relativos al agua, y más concretamente los que afectan a nuestro entorno, a nuestras cuencas fluviales y a los peces que las habitan (y no que las habitaban, como parece ser su destino), convencido de que también otras personas tienen opiniones parecidas y les gustaría colaborar apoyando todos los ecosistemas donde el agua siempre ha sido protagonista, existen otros seres para los que el agua sólo sirve para ser utilizada y sus habitantes explotados hasta el exterminio si fuera necesario. No importa el procedimiento, con tal de que el agua reporte beneficios económicos por todos los conceptos, incluidos los peces. A veces me preguntan si creo en la regeneración de las cuencas y en la limpieza integral de ríos, lagos e incluso mares, sin percatarme de que estamos abocados sin remedio a la desintegración, siendo precedidos o acompañados por nuestros ideales e ilusiones. No me atrevo a contestar. Para mis adentros creo que la cuesta abajo aún no se ha terminado, pero que llegará el momento en que sentiremos vergüenza por haber estado involucrados en el desastre colectivo, activa o pasivamente, y reaccionaremos tratando de recuperar una ínfima parte de todo lo que aún no sea irrecuperable. Formas de actuar Cuando hablamos de ideales siempre lo hacemos en plural, inclinándonos a favor de varias formas de actuar que nos puedan acercar a unos fines de perfección siempre utópicos. La escala de valores la fijamos nosotros mismos, individualmente, dando siempre prioridad a los que pueden mantener en alza nuestras ilusiones, sin las cuales los citados ideales acabarían siendo obsoletos y caducos. Las perspectivas cambian con el paso de los años y las experiencias, y lo que en tu juventud podía ser una simple afición, llegada la edad adulta o la vejez puede incrementar tu interés convirtiéndolo en un ideal, o viceversa. Mi inclinación hacia el ejercicio de la pesca comenzó en los años cuarenta, cuando me distraía viendo a los pescadores que frecuentaban el pozo inmediatamente anterior al puente de la estación (hoy con leones), entonces lugar de reunión de muchos de los aficionados de León capital, en el que se conseguían bermejuelas, bogas y barbos principalmente, y se opinaba y se discutía sobre las truchas, aunque muchos no las habíamos visto nunca. Algunos de los mayores (que nosotros veíamos como viejos) empleaban el día de descanso en trasladarse por medio del ferrocarril de Matallana a cualquiera de las estaciones cercanas, desde Palazuelo de Torío hasta Boñar, donde siempre se pescaban truchas, pocas o muchas, dependiendo de la maestría de cada uno. El procedimiento, casi único, era el de una caña de bambú (o de escoba), de 5 a 7 metros de larga, a cuyo puntero se ataba el sedal de cordizuela. Al otro extremo un trozo de tanza de 30 ó 40 centímetros , que se fabricaba de tripa, y que era algo transparente que, una vez remojado, adquiría la flexibilidad suficiente para atar el anzuelo. El flotador de corcho pintado de rojo (solo los maestros no lo usaban), unos perdigones y el imprescindible anzuelo, completaban el aparejo. En alpargatas, pues era un lujo comprar botas. El cebo, natural. Algunos confeccionaban aparejos de seis u ocho moscas artificiales ahogadas, sin boya ni plomada. Los carretes, cañas y artefactos de lance ligero aún no se habían inventado, pues necesitaban de un filamento continuo adecuado de muchos metros, el nylon, que todavía no se conocía, por lo menos en España, que acababa de salir de una guerra civil y no tenía relaciones con el resto del mundo. La ilusión estaba sembrada. Luego vendrían los tiempos en que nos haríamos mayores, se modernizaron los sistemas y los medios de locomoción, con lo que estaban al alcance de nuestras cañas los más recónditos lugares de los mejores ríos. Las jornadas de pesca, salvo grandes crecidas, eran inolvidables. Sin cupos, con ríos limpios y habitados por truchas de todos los tamaños, con pocos pescadores que iban en aumento, pantanos que favorecieron la extensión de las zonas trucheras, completaban el Edén, y colaboraban a introducir hasta los tuétanos una afición que ya se había convertido en ideal, y este tenía como principio el mantener este estatus indefinidamente. No entendíamos de cuestiones ecológicas y pensábamos que el maná seguiría suministrando salmónidos sin restricción. Al transcurrir de los años he terminado por convencerme de que, para que aquello que vivimos intensamente pueda volver a existir, aunque tenga que ser como una burda imitación, no hay otro camino que el de estar continuamente limpiando (no ensuciar sería completamente utópico), aunque sea a marchas forzadas, el único medio de vida donde aquellos seres pueden volver a procrear dentro de la naturaleza: Los ríos y todos los sistemas lacustres y palustres. La regeneración de los ecosistemas. Ese es actualmente mi ideal prioritario y menos egoísta. ¿Tendrán algo que ver o hacer las leyes y normas que se dictan y no se cumplen, o sería cuestión de enseñar a nuestros niños en las escuelas una asignatura que además de civismo consiga inocularles ilusión por las actuaciones ecológicas?