| Crónica | Al sereno |
Una trucha llamada «Pinta»
Subió durante varios días y noches hasta lugares donde ya el agua comenzaba a estar transparente, el suelo empedrado y podía respirar y distinguir bien la otra orilla del río
Había venido al mundo en una soleada tarde del mes de marzo en un rumoroso riachuelo de montaña de las estribaciones de la Cordillera Cantábrica. Mucho trabajo le había costado salir de la protección del huevo, que llevaba varias semanas incubándose debajo del grijo, en la rasera donde lo había depositado su progenitora con otros cientos o miles de huevecillos más, que fueron fecundados por una gran trucha macho, siendo cubiertos a continuación por medio de coletazos. La benignidad del tiempo permitió que el riachuelo permaneciese a niveles casi constantes, sin crecidas importantes, y la nieve caída sobre los montes se conservaba helada en espera del sol y las lluvias primaverales. Como las condiciones ambientales eran las adecuadas, había llegado el momento de la eclosión de los huevos y por toda la rasera habían comenzado a salir de los mismos unos minúsculos seres que no tenían más que barriga y ojos, casi invisibles por transparentes, que se iban concentrando en pequeños cardúmenes mientras deambulaban arrimados a las orillas y a los remansos donde la vegetación acuática o las hierbas podían servirles de cobijo y defensa ante los depredadores. Así nació Pinta . Del susto que le produjo la primera visión del mundo acuático y de sus compañeras pasó al estupor de ver cómo aquella luz que por su intensidad le había producido un extraño miedo se iba difuminando y terminaba por perderse, dejando todo el entorno en plena oscuridad, solamente quebrada a intervalos por ligeras ráfagas de brillo lunar sobre la superficie del agua, que continuaba rizada y rumorosa. Permaneció arrimada a unas hierbas donde muchas de sus compañeras habían buscado acomodo. Con los ojos abiertos escudriñaba sin descanso, tratando de perforar la negrura que la rodeaba y solo conseguía distinguir a algunas de sus congéneres, cuyas barriguitas simulaban bolitas adheridas a las hierbas, como si de pequeños brotes se tratase. El amanecer llegó sin sobresaltos, aliviando la tensión y agrupándose para conocerse y distinguirse. Nacieron sabiendo que todas ellas se apellidaban Fario y que cada una podía bautizarse según su capricho. Nuestra amiga decidió llamarse Pinta . Hubieron de comenzar a explorar las orillas en busca de rincones acogedores donde pasar desapercibidas hasta absorber la barriguita y acostumbrarse a descubrir su alimento entre las larvas, haciendo que su cuerpo se estilizase pasando de jaramugo a alevín, conformándose como si fuera adulta, pero¿ con un tamaño muy pequeño. Mientras, el agua del riachuelo se mostraba inestable, debido a las inclemencias del tiempo que en primavera siempre es cambiante. Tan pronto nevaba como llovía, lo que elevaba el nivel, haciendo que Pinta y sus hermanas fueran empujadas por la corriente aguas abajo, teniendo que volver a arrimarse a otros pequeños remansos, siempre en detrimento del número, que descendía a cada envite del torrente. Distinta suerte Pasaron algunas semanas más y el resto del grupo Fario, que había soportado valientemente los vaivenes de las constantes crecidas, se hallaba confiado en un remanso profundo y aparentemente tranquilo. Ahora ya presumían como adolescentes alevines dispuestos a viajar, a ejercitar las dotes de su aleta caudal para impulsarse velozmente, a saltar, y a comer constantemente, lo que se hacía notar en su tamaño, cada vez mayor. De repente se vieron atacadas por dos ejemplares adultos que con su boca abierta trataban de engullir a alguna de las que se escapaban en completo desorden, sucumbiendo varias en las fauces de las dos truchas, mermando otra vez el ya escaso cardumen. La suerte hizo que Pinta esquivara el peligro. Llegado el mes de abril los fríos perdían en intensidad, los aguaceros se multiplicaban y el nivel del agua no dejaba de subir, al tiempo que perdía su transparencia para convertirse en canosa y después embarrada, ejerciendo una fuerza inusitada sobre todos los habitantes del río, removiendo las piedras del fondo y arrancando violentamente algunos árboles y plantas que eran arrastrados por el torrente. Llegó un momento en que Pinta y las pocas compañeras supervivientes se sintieron incapaces de mantenerse orilladas y quietas, y poco a poco fueron absorbidas por la impetuosa corriente, que las desperdigó e impulsó velozmente entre las aguas turbias hacia derroteros desconocidos. Se golpearon contra ramas y piedras, descendiendo durante varios días hasta lugares donde las aguas se extendían ensanchando considerablemente su cauce, perdiendo la torrencial fuerza al desbordarse por todas las riberas, lo que facilitó que Pinta pudiera hallar algún resguardo donde aposentarse tratando de recuperar las fuerzas perdidas y sanar las heridas inflingidas por todos los tropiezos y revolcones del inesperado viaje. Amainó el temporal y los cauces descendieron de nuevo aclarando sus aguas, aunque nunca llegaron a tener la transparencia de las de su patria chica. Cuando consideró suficiente el descanso trató de buscar alimento, pero era harto difícil encontrar las mismas larvas o gusanos, ya que los fondos no eran apenas pedregosos, sino de algo parecido a arena ligeramente viscosa, casi lodo, donde sólo encontraba caracolillos y bivalvos como mejillones, además de pocas y pequeñas gusarapas o cangrejos. Pudo por fin ir acomodando su dieta a los nuevos alimentos, a los que añadió la captura de pequeños alevines de peces que encontraba en abundancia. La falta de compañeras y el constante peligro la decidieron a iniciar una prudente ascensión por entre aquellas aguas de olores extraños y sólamente traslúcidas, donde sentía ahogo al respirar. Se encontraba con bandadas de peces que tenían la boca recta y otros con barbillas, que rebuscaban en el fondo y no se preocupaban de ella. En ocasiones se vio perseguida por otros más grandes, que abriendo su enorme y alargada boca estuvieron a punto de tragársela, y de los que había podido huir refugiándose entre las algas o en la corriente. Así consiguió subir durante varios días y noches hasta lugares donde ya el agua comenzaba a estar transparente, el suelo empedrado y podía respirar y distinguir la otra orilla. Pero el regreso a sus orígenes le parecía inalcanzable. En su ascensión encontró a otra compañera a quien se arrimó para continuar su ruta. Dijo llamarse Luna y había tenido experiencias parecidas. Mientras perdían de vista a muchos de los peces, se solían encontrar con algunas truchas adultas y otras grandes, enormes, ninguna de su familia Fario, de las cuales también tenían que ocultarse, pues hubiera sido suicida tratar de acercarse a ellas, aunque se trataba de una raza más torpe. Luna la dijo que las había visto comer de todo lo que caía o venía arrastrado por el agua, ya fueran insectos, peces, ranas, vegetales o frutos, incluso extraños residuos informes que ella nunca habría ingerido. También se veían en algunas orillas a otros seres que entraban en el agua dando latigazos con ramas largas y delgadas. De vez en cuando oían y veían revolcarse a alguna de aquellas truchas, que eran atraídas hacia ellos y extraídas del agua dando coletazos. Entonces se hacía un gran silencio y nada se movía en el río, excepto aquellos extraños seres. Cuando todo se había tranquilizado volvían a su tarea de ascensión, más difícil ahora a través de grandes piedras y burbujeantes cascadas, que lograban salvar porque la oxigenación de las aguas era como una inyección de vitalidad y de fuerza para sus ágiles cuerpos. Entonces las orillas y los fondos ya les parecían conocidos, y las pocas truchas que veían eran de distintos grupos de su familia Fario, incluso de su propia camada. El tiempo se había transformado en caluroso y el caudal del río había mermado hasta convertirse de nuevo en un riachuelo de montaña. Pinta y Luna habían crecido y se mostraban como dos adolescentes dichosas de haber conseguido volver a su rincón, acomodándose en un profundo pozo y estando siempre alerta para que nunca otra gran crecida las pillase desprevenidas. Deseaban un futuro más prometedor, que se haría efectivo si lograban encontrarse con algunas otras truchas de su familia Fario.