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| Crónica | Al sereno |

Salvelinos de la Calabazosa

Cuando los tenías en la mano no te cansabas de contemplarlos, ya que nunca habían sido vistas unas truchas con un colorido tan brillante desde la línea lateral hacia abajo

Publicado por
Ordoño Llamas Gil - león
León

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También llamada Laguna Negra. Se trata de uno de los lagos de Somiedo o más bien de las lagunas de Saliencia, pertenecientes a Asturias, pero colindantes con León. Para acceder a estos tres o cuatro pequeños lagos hay que tomar la carretera que nos lleva a San Emiliano y después a Torrestío, desde donde se coge un camino amplio, lleno de baches con agua rojiza, que nos lleva a la laguna de La Cueva, aneja a la mina de hierro que se explotaba antes de la década de los sesente y que luego quedó abandonada. Mis correrías por estos parajes datan de fechas muy anteriores a las autonomías, cuando podíamos pescar en las provincias colindantes. Me habían hablado de que estaban habitados por varias clases de truchas, entre ellas los salvelinos, desconocidos en la provincia de León, y tenía verdadero interés por observarlos y pescarlos, por lo que preparé la primera excursión con mi hijo Ordoño y mi sobrino Miguel. Al llegar a la laguna de La Cueva, que queda a mano izquierda, se veían los cobertizos pertenecientes a la mina de hierro siguiendo el camino hacia arriba. El agua de ésta se hallaba teñida de rojo en la mitad de su extensión, debido a los vertederos de mineral y de utensilios en una de sus laderas, lo que resultaba un poco decepcionante. Se ofreció como explorador mi sobrino descendiendo por aquellas laderas muy inclinadas hasta llegar al nivel del agua, donde se dispuso a lanzar con cucharilla por comprobar si había o no truchas. Después de un cuarto de hora enganchó una que extrajo con facilidad. Tenía algo más de 20 centímetros y era de un color amarillento intenso, tirando a oxidado, lo que la daba un aspecto algo desagradable. Además, al cogerla notabas la delgadez y flacidez de sus carnes. No resultaba extraño si más de la mitad del agua estaba contaminada por el oxido de hierro y otros vertidos. Mientras tanto, mi hijo ascendió por la pendiente ladera del lado suroeste y nos avisó que desde allí se veía un lago mayor, por lo que subimos pacientemente hasta coronar la cima y, efectivamente, aquello ya era algo más impresionante y delicioso de ver, por su tamaño y por su accesibilidad hasta las orillas. Además, el agua era completamente cristalina con lugares muy profundos, y en la superficie se veían los círculos clásicos de las cebadas de las truchas, lo que complacía aún más a nuestras intenciones. Nuevo y extraordinario Se trataba de la laguna llamada Calabazosa, que es la más grande de estos pequeños lagos vecinos de Torrestío. El otro lago grande es el Lago del Valle, pero éste se halla a más distancia en dirección a Pola de Somiedo. El objetivo principal lo habíamos alcanzado, y después de embelesarnos con la contemplación del paisaje, descendimos hasta la orilla y no nos cansábamos de observar aquella superficie y su transparencia, al mismo tiempo que nos parecía que aquellas profundidades tenían algo de misteriosas y podían ser contenedoras de ejemplares insólitos. Estábamos solos y todo nos resultaba nuevo o extraordinario: el silencio, el eco que te devolvían las laderas de enfrente, la pureza del agua, la gran cantidad de crías de sapo que se movían en las orillas arenosas y húmedas, los pequeños peces que se desplazaban por las orillas, parecidos a las bermejuelas, que después supimos que eran piscardos, y la sensación de hallarte muy cerca de algunas cumbres de la cordillera cantábrica, considerando que pocos españoles te superarían en altura, y que casi todos los demás se hallaban por debajo de tu nivel. Que nadie competía contigo para respirar aire purísimo y que, además, tenías a tu alcance el poder practicar tu afición preferida en un entorno que también parecía impoluto, pescando alguna nueva especie de salmónidos, como el salvelino. Probablemente se había apoderado de nosotros la misma impresión que, históricamente, se dice que embarga a los visitantes de Babia, de la que bien cerca nos hallábamos, física y psicológicamente. Sólo cuando conseguimos reponernos de nuestro asombro nos dedicamos a preparar nuestros aparejos y a efectuar los lances en todas las direcciones, tanteando la localización de las truchas, y consiguiendo a trechos las picadas de algunos salvelinos, que cuando los tenías en la mano no te cansabas de contemplarlos, pues nunca habías visto unas truchas con un colorido tan brillante desde la línea lateral hacia abajo, especialmente en sus aletas, con una línea blanca, otra negra y el resto rojas, que parecían de nácar o de porcelana. El contraste era aún mayor con el color del lomo, verdoso irregular y oscuro, como de camuflaje. Al explorar todo el entorno del lago nos encontramos con una compuerta instalada para aprovechar el agua en sus crecidas de nivel, que entonces estaba cerrada. Al otro lado quedaba un espacio de varios metros de agua parada, donde se encontraban algunas truchas atrapadas sin salida, que estaban hambrientas, pues nada más lanzarles el cebo picaban sin pensarlo. Después de sacar las dos primeras nos dimos cuenta de su delgadez y las echamos al lago, dejándolas tranquilas. Al final, no recuerdo las piezas que conseguimos pescar, pero sí las suficientes para regresar satisfechos y felices por haber conocido un lugar ideal. Un desastre ecológico V olvimos en varias ocasiones más, y terminamos accediendo a la Calabazosa por la parte de la mina, en vez de hacerlo rodeando la laguna de la Cueva por la ladera izquierda, cogiendo un sendero de cabras, como las veces anteriores. Lo normal era pescar bien. No se me olvidará la fenomenal picada de un buen ejemplar de salvelino que enganché a gran profundidad, con cucharilla, que tenía el morro ganchudo como algunos salmones, y que después me enteré de que era buen trofeo para este lago, donde casi todos los salvelinos que se pescaban eran del mismo tamaño, no muy grandes. La última vez fui en una excursión familiar, y ya había una explanada frente a la Cueva donde se habían instalado tiendas de campaña, y mientras estábamos pescando llegaban senderistas en grupo y otros pescadores, por lo que no volvimos más veces. Aquello ya no era el lago casi impoluto que habíamos disfrutado años antes; más bien se parecía a las orillas de cualquier río transitado y sin vigilancia ninguna. Sobre la superficie del agua se veían flotando descaradamente más de una docena de jícaras blancas, de las que se usan como aislantes en los cables de alta tensión, que parecían tener la función de flotadores con sedales plomeados y cebados, a la espera de ser extraídos con las correspondientes truchas enganchadas en ellos. Se veían dos que no cesaban de moverse. En los años siguientes se hicieron verdaderas masacres pescando con huevas de salmón. Otro desastre más. Ahora creo que está prohibida la pesca con muerte y debemos suponer que estará más vigilado.

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