Diario de León

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Pescadores yalicenciados (y 4)

Estos compañeros de pesca, con los que tuve una relación continuada durante un tiempo prolongado, son recordados como eslabones felices de un tiempo pasado

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Ordoño Llamas Gil - león
León

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Marcelino Huevón . Otra persona con la que hice frecuentemente excursiones descansadas era Marcelino, entonces barbero de la E. Fernández. Le llamábamos el Huevón, porque hacía casi ostentación de su descomunal hernia inguinal. Solíamos pescar a cebo, bien fueran truchas en el pantano de Luna o bien bogas en el Órbigo bajo, donde todos llenábamos las cestas de estos peces pescados a gusarapín o a pluma, mientras que Marcelino colocaba su caña a fondo y terminaba la jornada con algunos escallos (cachos). De carácter desconfiado y jugador de partidas de cartas, sobre todo al subastado, mientras seguía ganando algo. En el momento en que veía que podía cambiar la suerte dejaba de jugar diciendo: «No sea que vaya a perder de lo mío...». Un buen día en que nos desplazábamos con idea de pescar en la zona de Luyego, habíamos pasado ya por Astorga y estábamos ascendiendo por las laderas de los montes maragatos en dirección a nuestro destino cuando eran aún las siete de la mañana y empezaba a amanecer. Observaba yo algunos jirones de neblina que aún quedaban adheridos a los matorrales, cuando veo a un perro arrimado a una mata grande, quieto y solo, con la cabeza dirigida en nuestra dirección, como si nos observara, y le digo a Marcelino: «¿Qué hará este perro por aquí tan solitario a estas horas?» Marcelino, que iba medio adormilado, cuando lo vio me contestó: «¡Pero si es un lobo!». Y, efectivamente, era un lobo. Paramos el coche para verle mejor, pero entonces comenzó a andar despacio hacia las otras matas del monte, donde se volvía a parar, comenzando de nuevo a andar sin prisas, pero siempre con el pescuezo vuelto hacia nosotros y el rabo caído sobre las patas traseras. Cuando alcanzó la zona algo más espesa del monte desapareció de nuestra vista definitivamente. Parece ser que solían estar a la espera de la salida de los rebaños, por si alguna oveja o cordero se despistaba del grupo. Otro día decidimos ir a pescar bogas a Villacelama durante todo el día. Tenía yo entonces un Citroën 2CV. que utilizamos para desplazarnos. Al entrar por un camino en dirección al río nos tropezamos con la presa del molino que nos impedía el paso. Como quiera que no cubría demasiado decidí atravesarla, lo que hice de inmediato y continuamos hasta el río. Estuvimos todo el día pescando y, al anochecer, coincidió que marcharon todos los otros coches que había y quedamos los últimos. Guardamos todos los bártulos y nos dispusimos a arrancar, pero el motor no quería obedecernos. Como estábamos en medio de la pradera que había a la orilla del río y ya no quedaba nadie para ayudarnos a empujarlo, después de mucho cavilar, decidimos coger lo imprescindible y la pesca conseguida, y nos dirigimos a pie hasta Mansilla, adonde llegamos a más de las once de la noche. Llamamos desde un bar a mi hermano Modesto para que pasase a recogernos y así lo hizo. Al día siguiente acudí yo con un mecánico a recoger el coche, y resultó ser que se habían mojado en exceso los platinos, pues este coche los llevaba en la parte de adelante, cerca del parachoques. Una vez sustituidos tuvimos que pasar de nuevo la presa, pero haciéndolo marcha atrás, que era la única forma de que no se mojaran. Viviendo y aprendiendo. Pepe el Meji También disfruté alguna vez de la compañía de Pepe, a quien nosotros llamábamos el Meji, porque había estado algunos años en Méjico. Era de complexión delgada y bastante alto, pero no pesaría 55 kilos. Extrovertido y chistoso, reaccionaba con soluciones también cómicas, como la de confeccionar un mosquito a la orilla de río con los materia les que tenía mas a mano. En aquella ocasión estaban entrando las truchas a un mosquito que el no llevaba en su aparejo, pues era diferente la pluma pero no el cuerpo, y todo lo que se le ocurrió fue quitarle la pluma al que tenía y, cortando un mechoncito de pelos de su cabeza, los utilizó como pluma de indio, y consiguió pescar dos truchas con el mismo. Hay que aclarar que tenía mucha práctica en el oficio, pues fabricaba mosquitos en su casa, para vender. Teodomiro Otro amigo que era muy poco aficionado, revisor de los trenes de Renfe. Estaba interesado en venir con nosotros a pescar bogas en el Esla. Le llevamos una tarde para que quedase satisfecho, y entre mi compañero Pepe, él y yo, en Valencia de Don Juan, llenamos el capó del R-8. Al llegar a León le dijimos que las llevase todas él, y cuando nos volvimos a ver nos comunicó que había reñido con su mujer porque la limpieza de tripas no se terminaba nunca. Quedó complacido en extremo mientras pescaba, pero no deseaba llevar más bogas ni quitar más tripas. Otros pescadores Hubo algunos otros entre los ya desaparecidos que también me acompañaron en mis desplazamientos por los cauces fluviales de la provincia, como Fermín Quero, que era veterinario, a quien le robaron la Montesa, Brío 80 en la que salía también de pesca, de la puerta de su casa un día lluvioso en que estábamos allí nosotros. La recuperamos enseguida en Gijón. Agustín L. Rozada, a quien llamábamos el Jicho, que se pasó un día casi completo pescando en Lugán con el tórax desnudo y estuvo muchos días dándose pomadas para eliminar las quemaduras, Pedro (Pedrales, mata pardales, que se lo llamaba él mismo) y Manolo (el rubio), Abilio Bragado, con el que fui el alguna ocasión a pescar y a cazar, Laureano Ovejero, con quien me solía encontrar en Villafeliz y en Carrizo, Hipólito, que pescaba bien a cebo y tuve que ayudarle en alguna ocasión a sacar truchas grandes en Cerezales. Alfredo, que ponía singular interés en demostrarte cómo se podía excitar a las truchas con un movimiento que él llamaba de sierra, pescando a pluma. Al sordo, que era policía, de quien se contaba que había respondido a las intransigencias de Camuñas, guardia civil de Matallana, encañonándole con su pistola. El tal Camuñas, cuando le parecía que el agua del Torío venía embarrada o canosa, esperaba en la estación a los pescadores para decirles que no se apeasen, pues no les iba a dejar pescar. Otro peculiar pescador era Rafa, a quien llamaban Boca Negra, que durante los últimos años de su vida se dedicó a fabricar mosquitos de ahogada que más bien parecían moscones, por su gran tamaño. Aunque parecieran monstruosos también pescaban. Lo de Boca Negra le venía de su inveterada costumbre de acordarse de Dios y de toda la Corte Celestial en cada frase que pronunciaba. Hasta aquí mis recuerdos mas destacados sobre los compañeros de pesca con los que tuve una relación continuada durante espacios de tiempo prolongados, y que al día de hoy son recordados como eslabones de un tiempo pasado, en este caso sí, mejor que el actual. Todos ellos pertenecen al grupo de los licenciados definitivamente.

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