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Guardería en ríos y cotos
La motivación y el orgullo de los guardas ha ido pareja a la desilusión de los pescadores, por lo que se inició una especie de abandono progresivo de la vigilancia en nuestros ríos
En los tiempos de maricastaña, cuando aún no se vendían las truchas masivamente, casi no había guardería de río, pero sí cuarteles y cuartelitos de la guardia civil en muchos pueblos, y como entonces salían de paseo por parejas a pie o en bicicleta, resultaba entretenido hacerlo por los senderos o caminos que siempre existen siguiendo las orillas de los ríos, al mismo tiempo que ejercían cierta vigilancia sobre los pescadores, quienes tenían en cuenta que su presencia podía sorprenderles y, entonces, si la documentación o las truchas no estaban dentro de las pocas normas que se exigían, podían darse por denunciados, teniendo que entregar las cañas, cestas y aparejos, además de las truchas pescadas, a la pareja en servicio, y pagar después la pequeña multa que se les impusiera, para poder recuperar los aperos de pesca, pero no las truchas intervenidas, que formaban parte del cuerpo del delito, y que ya estarían podridas. Como para sacar la licencia nueva había que presentar el informe de la guardia civil, el porvenir se complicaba. Se me puede decir que se opera de la misma forma, pero existen importantes diferencias. Las más destacadas consistían en que los pescadores eran pocos, las truchas casi no se vendían y por lo tanto los furtivos eran escasos (sobre todo para fiestas o meriendas) y los civiles solían conocerlos. Además, por si acaso hacían servicios de noche los guardas de río o la guardia civil, el miedo guardaba la viña. Transcurrieron los años y los cambios fueron decisivos. La motorización, la venta masiva de truchas y sus precios siempre aumentando, la eliminación de la mayoría de los cuarteles en pueblos pequeños, así como el tránsito de parejas por caminos y ríos, que dejó paso a los vehículos ocupándose de otros menesteres de mayor importancia, hizo que fueran pocas las zonas de río vigiladas por la guardia civil, como el Curueño o La Cabrera, estando las demás a cargo de la guardería de río, que se vio incrementada a medida que se iban dictando nuevas normas y acotando muchos tramos de río. Los cupos comenzaron con los cotos, pero en las zonas libres no había límite y los profesionales de la caña también hacían su agosto. La plantilla seguía aumentando, los vehículos modernizándose, los vedados creciendo, los tramos libres disminuyendo y las truchas perseguidas por todos los procedimientos imaginables y ofrecidas en todos los hoteles, hostales, restaurantes, mesones, figones, tabernas y demás establecimientos del ramo, disminuyendo y almacenándose en congeladores que antaño no existían. Era como una especie de mina de oro a la que llegaban en bandadas todos los desaprensivos, motorizados o no, arremetiendo contra las pepitas de oro con pintas. Un ejemplo de vigilancia Los acotados se pudieron de moda, al poder pescar con tranquilidad en tramos escogidos por su abundancia, por lo que la guardería emergió para cuidarlos, y siempre se presentaban a pedir documentación e informar a los pescadores, teniendo a orgullo ser el guarda de un coto bien poblado y cuidado, bien fuera por sus propios méritos o por los del río que les habían asignado. Me viene a la memoria el nombre de un guarda, Ezequiel, un ejemplo de vigilancia activa que quedaba demostrado viendo las hermosísimas truchas que mantenía en sus zonas acotadas de Burón, Lario, etcétera. Todavía no habían llegado los momentos más amargos de la decadencia fluvial, que comenzarían con la saprolegniosis, la contaminación de todas las cuencas con los nuevos vertidos de pueblos y ciudades sin depuradoras, de establos e industrias y como consecuencia los envenenamientos masivos. Los furtivos aún no habían dimitido. Como las desgracias siempre vienen juntas o seguidas, se adoptó por Icona como instrumento de trabajo el modernísimo procedimiento de la pesca eléctrica, mucho más efectivo y menos agresivo (es un decir) que las redes con las que hasta entonces se ejercía el control de ciertas especies perjudiciales para las truchas. Con ello se incrementaron los recuentos, descuentos, traslados y desoves, empleando miles de horas también en las zonas bajas, tratando de exterminar al lucio donde no había truchas, mientras quedaban desamparadas y sin vigilancia muchas zonas trucheras, y se gastaban ingentes cantidades de dinero en estas expediciones, que mejor estarían si hubieran sido utilizadas en más guardería y mejor utilizada y remunerada, dando prioridad a las cuestiones urgentes: vertidos, furtivos, repoblaciones y vigilancia nocturna, dejándose de cuentos, recuentos, descuentos y exterminaciones utópicas. Pero, como ocurre con todo en épocas de decadencia o crisis, la motivación y el orgullo de los guardas iba pareja a la desilusión de los pescadores, por lo que se inició una especie de abandono progresivo de la vigilancia en los ríos, incluso en los cotos, síntoma claramente reactivo contra la avalancha de protestas de sus clientes ante las decepciones sufridas en sus tramos acotados. Desde hace quince o veinte años han sido poquísimas las excepciones donde haya podido ver al guarda de los acotados que he pescado, aunque le haya visto algunas pasar con su vehículo por carreteras o caminos cercanos. Solamente puedo atestiguar que en el único coto donde siempre hay vigilancia, y no una vez sino varias en cada jornada, es en El Condado, lo mismo antaño que hogaño, por lo menos durante el día. En el resto no me han visitado ni tan siquiera cuatro veces. En lo libre nunca. Tan sólo en una ocasión, hacia el año 2001 o 2002, estando pescando cangrejos rojos en el Cea, llegaron los de Seprona en sus motos nuevas y se dedicaron a pedirnos la documentación por las dos orillas. También conozco algunas otras intervenciones en zonas trucheras. Tanto dinero como se gasta en concursos artificiales, no estaría de más un apartado para premiar a la guardería que acreditase su dedicación a cumplir con su cometido, demostrándolo también con la conservación de la pesca en su demarcación. Para ello, además de un aumento en su sueldo, algún trofeo o más bien medalla, si puede ser de oro, a quienes acrediten que se lo han ganado. Desde mi particular punto de vista, una medalla aunque sea póstuma para el ya citado Ezequiel, y otra para el actual vigilante de El Condado, Alberto, por ser el único que ha demostrado siempre tales capacidades. Quizá se podría dar alguna de plata a otros guardas, pero yo no los conozco. Sería necesaria una incentivación de la guardería acomodándola a los problemas actuales. ¿Se podría crear una brigada para contaminación y para operaciones nocturnas? El resto, como las normas anuales, no son más que reiterados palos de ciego de un sistema regional y provincial obsoleto y caduco.