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| Crónica | Al sereno |

Ordenando sentimientos

Ningún amante de los ríos puede evitar la decepción al comprobar que la degeneración de nuetros cauces no atisba ninguna esperanza de regeneración en su sentido más literal

Publicado por
Ordoño Llamas Gil - león
León

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Sentir parece ser todo lo relacionado con los sentidos. Siento, luego estoy todavía vivo y dotado de la facilidad de percibir sensaciones objetivas o subjetivas que me conducen directamente a mi visión particular sobre los sentimientos. Creo que el sentimiento es una percepción del presente; que el presentimiento es barruntar algo que ha de sobrevenir; que el sentimentalismo es un sentimiento nostálgico y añorador; que la sensación es un sentimiento subjetivo; que el romanticismo es un sentimentalismo adornado por todas las leyendas de generosidad y ensoñación imaginables; que la tristeza es un sentimiento de pena profunda; que la frustración es un sentimiento de impotencia; que la vergüenza es un sentimiento poco abundante, exclusivo de personas sensibles y honradas; que la depresión es una enfermedad compuesta por sentimientos negativos y que la desesperación es un sentimiento demoledor de todas las esperanzas. Existen también otra clase de sentimientos optimistas, que no hace al caso mencionarlos, por no darse casi nunca en los asuntos relativos al agua, a sus cauces fluviales y a sus habitantes. Pues bien, mi fuero interno fluvial parece contener una mezcolanza desordenada de todos estos ingredientes, que van impactando en mi memoria o reflotando de ella a medida que los nuevos acontecimientos me van estresando y deprimiendo, al comprobar que la degeneración de los cauces no atisba ninguna esperanza de regeneración en su sentido más literal. La vida animal solo se ve emerger de manera artificial en algunos enclaves donde la parafernalia para mantener el mito de los tres mil kilómetros de aguas trucheras, hace que sean dotados estos enclaves de la pesca necesaria para organizar concursos espectaculares, donde a la idea de la pesca en sí como divertimiento la sustituye la pura competitividad, bien publicitada, como si se tratase de una cuestión olímpica sin aspiraciones de récord, ya que este habría sido conseguido en tiempos pretéritos, con infinita diferencia en cantidad y en calidad de sus truchas, y en cantidad y calidad de sus ríos, siendo imposible de superar hoy. Decepción e impotencia Al finalizar la temporada de pesca, primero en los ríos normales y después en los controlados, compruebas que tus presentimientos se han convertido en un sentimiento de impotencia, al haber sufrido en tus propias carnes las frustraciones más decepcionantes; cuando has acudido, ya sin ilusión, a los pocos acotados que has podido escoger y tienes que limitarte a no ver ni sentir más que la soledad de unas aguas que a veces aparentan frescura, movimiento y oxigenación, y que sin embargo están desiertas o habitadas en algún pequeño tramo por diminutas truchas (más bien truchitas), que pican generosamente a tu señuelo, como si estuvieran hambrientas de algo comestible, gran contrasentido si observas que en algunos de estos tramos la abundancia de cebo de río es notoria. Entonces es el momento del desengaño y de la decepción, ante la impotencia de no haber podido disfrutar de tu afición favorita en cotos que solamente tienen de ello las tablillas, pero que te han cobrado como buenos tramos bien conservados. ¿Puedes considerarte burlado o engañado? Hay otro sentimiento que te puede atacar entonces: la rabia, pero no te preocupes, puesto que aunque te remuerdas o muerdas el librito de las normas, no contagiarás con este virus a los culpables de la situación, y tampoco conseguirás que una pléyade de pescadores rabiosos muerdan a nadie. Somos individualistas y generalmente pacíficos, y así nos va. Aunque se crease un P.U.S. (Pescadores Unidos en Sindicado), nadie se daría de alta en él, ya que esta afición lleva inoculado un gen de independencia y de libertad difícil de convertir voluntariamente en solidaridad. Además, éstas siglas quizá les recordarían los montones de truchas muertas atacadas por la ponzoña de la saprolegniosis, ese hongo blanquecino que las cubre progresivamente y las hace aparentar estar disfrazadas para el carnaval con una infección mortal, aunque no fuera precisamente PUS. Actualmente el efecto de la enfermedad es menor, ya que casi no encuentra ejemplares a los que contagiar. Aquí saldrían a relucir varios sentimientos, como la tristeza, la decepción, o la impotencia, entre otros. Si pasamos al capítulo de la pesca sin muerte, último recurso empleado para tratar de conservar las zonas escogidas, adolece de algunos defectos de gran importancia. Ya sabemos que el pescador de caña (salvo loables y contadísimas excepciones) lleva impresa en sus genes la conducta de depredador en potencia, pero que contiene sus ímpetus queriendo aparentar ser civilizado y que lo conseguirá mientras tenga un ligero temor a ser descubierto en su fraude, lo que le ocasionaría un sentimiento de vergüenza, si le queda algo de ella. Pero en los momentos o lugares en que ese temor queda descartado, por circunstancias de horario de la guardería o rincones recónditos o frondosos poco accesibles donde la escapada o la ocultación resulten fáciles, como en las horas dedicadas al sereno, cuando no solamente los gatos son pardos y mucha o toda la guardería descansa, la tentación puede influir sobre su rectitud cumplidora, pensando que por una vez que se lleve algunos ejemplares no va a tener ningún percance. Será el principio de una picaresca que recordará en todos los serenos siguientes, y especialmente en la época en que ya se han cerrado las vedas para los demás y solo se autoriza a los aficionados a las moscas, es decir, desde agosto hasta octubre, circunstancia para la que habría que buscar soluciones. La primera podría ser la de autorizar la pesca hasta una hora antes del sereno, solamente en las horas diurnas, y la segunda autorizar la pesca de una trucha trofeo, que satisfaría a muchos de los ocasionales furtivos de la caña cuando consiguieran un buen ejemplar. De este forma, la ansiedad de depredación quedaría aplacada, dejando un resquicio a la vanidad, que también es un sentimiento innato. Con estas dos soluciones, apoyadas por una mejor vigilancia, se obtendrían mejores resultados de conservación que los actuales. Hay otra cuestión a tratar. En algunas zonas bajas, donde los lucios conviven con las truchas en el mismo río, no estaría de más autorizar su pesca con señuelos concretos, solo apropiados para ellos, que tengan anzuelos normales, como algunos peces de goma o rapalas de tamaño adecuado. Por ejemplo, desde Mansilla a Palanquinos, consiguiendo así una selección sin cables, sin costo y sin deterioro para las demás especies. Para concluir, me vienen a la mente sentimientos de nostalgia, de añoranza, incluso de románticas jornadas de pesca, cuando nadie presentía todavía la hecatombe y las decepciones que el porvenir de entonces nos tenía preparadas. Sólo nos queda rezar para que nadie nos tenga que decir definitivamente: «¡Os acompaño en el sentimiento! ¿En cuál? ¿En todos?