Italia, contra las cuerdas por su deuda pública y el ataque de los mercados
Entre la huelga general y la nacionalización de sus minas, Italia lleva años fatal aunque nadie parecía enterarse. Padece una combinación criminal de crecimiento raquítico -”en la última década, una media del 0,25% anual, sólo mejor que Haití y Zimbabwe-” y una deuda pública estratosférica, su famoso 120% del PIB, llevada siempre con mucha elegancia. Una cosa lleva a la otra, porque si el Producto Interior Bruto (PIB) crece menos que los intereses, la deuda no dejará de aumentar e Italia ya pasó la barrera del 100% en 1992, en su última gran crisis. Ocupa el puesto 82 de la lista Doing Bussines del Banco Mundial, detrás de potencias como Bielorrusia y Mongolia, y en la clasificación de competitividad del World Economic Forum reposa en la posición 48, tras Indonesia y Barbados. No hay visos de que mejore si no da un vuelco. Un reciente informe de Barclays Capital calcula que, a este ritmo, en el 2050 seguirá igual, con el bendito 120% de deuda. Es un secreto a voces que se trata de un enfermo crónico, pero que hasta ahora resistía lo que le echen y vivía un poco del cuento. Tiene potencial industrial, recursos y talento para la supervivencia, y eso hacía confiar en que Italia siempre se las arreglaría. Las regiones más ricas de Europa están en el norte del país, es el segundo exportador de la UE, la banca salió airosa de la crisis del 2008 y es el socio europeo que menos déficit ha acumulado, tras Alemania. Sin embargo esta semana algo ha cambiado.
Sin que pasara nada, y dentro de los nervios derivados de la crisis griega, ha dejado de mantenerse el artificio y se ha derrumbado la confianza. Ha dejado de ser creíble y los mercados han ido a por ella. Los temblores comenzaron hace un mes. El 17 de junio la agencia Moody-™s anunció que ponía bajo revisión la calificación de Italia. Sus motivaciones eran una letanía familiar. Era por «los desafíos al crecimiento debidos a las debilidades estructurales», y también por «los riesgos de ejecución de los planes de consolidación de las cuentas públicas». Ya el mes anterior, Standard & Poor-™s habría rebajado las previsiones a negativas «por el potencial atasco político que podría contribuir a una relajación en la gestión de la deuda pública y el incierto compromiso de reformas». Es decir, las agencias no pensaban que los políticos, léase Silvio Berlusconi, fueran a ponerse en serio -”tampoco este año-” a hacer algo por sanear la economía italiana. Y es que il Cavaliere lleva así 10 años.