¿Bueno, bonito y... barato?
El ‘boom’ mundial del gas no convencional causa recelo en una Europa dependiente en materia energética por sus riesgos y la rentabilidad que precisa.
¿Maná energético o nueva burbuja? El debate en torno a los pros y los contras de la explotación del gas no convencional —el que es más difícil o caro de producir que el tradicional— está totalmente abierto y, además, dura ya años. Tal es su importancia que en la Unión Europea, el territorio geopolítico con una regulación medioambiental más exhaustiva, ha provocado que a fecha de hoy todavía no existan explotaciones comerciales en ese ámbito.
Rusia, Estados Unidos y China marchan mientras tanto a pasos acelerados a la cabeza de la producción mundial de gas no convencional —hablamos, sobre todo, del denominado ‘shale gas’, conocido como gas de esquisto o gas pizarra—, si bien las mayores reservas estimadas —según el Consejo Mundial de la Energía hay cerca de 700 yacimientos significativos por todo el mundo— se extienden por América, Asia y los territorios de la antigua Unión Soviética, sumando además a Argentina, México, Sudáfrica, Australia y Canadá a la lista de países con mayor potencial en ese campo.
En Europa, casi un tercio (29%) de esos recursos energéticos se encuentra en Polonia, pionero en su aprovechamiento dentro de la UE tras anunciar una ley específica que regulará esta actividad. Contrasta con las moratorias que proliferan por el resto de sus socios europeos, como Dinamarca, Bulgaria, República Checa y Francia —si bien el presidente François Hollande se replantea levantarla—, junto a varias regiones de Alemania y Suiza; en breve, podrían unirse Rumanía y Austria.
En España, sí pero no
En España no hay moratoria, pero «prácticamente toda» la actividad exploratoria se encuentra paralizada, incluso la comprometida con anterioridad. El motivo, apunta el catedrático y decano del Colegio de Ingenieros de Minas del Centro, Ángel Cámara, es «la notable contestación pública», derivada de los recelos a los efectos de la facturación hidráulica (‘fracking’) —una técnica de inyección a presión en el terreno necesaria para explotar el gas no convencional— y, en menor medida, de las inversiones necesarias —unos 30 millones de euros— para poner en marcha una explotación, lo que luego puede condicionar al alza el precio del gas natural.
Los posibles riesgos derivados de aquella (contaminación de acuíferos, uso de productos químicos y ácidos, microseísmos y escapes de gas que formarían luego CO2) han hecho recelar a muchas administraciones, llegando incluso tres comunidades (La Rioja, Aragón y Cantabria) a rechazarlas expresamente. Aunque para el profesor del Iese y ex directivo de Unión Fenosa José Luis López tales peligros son «muy matizables», e incluso descartables si se cumplen los controles. «Un país que importa el 99% de los hidrocarburos que consume no puede permitirse el lujo de ignorar este tipo de explotaciones; sería irresponsable», afirma.
Desde el Ministerio de Industria, parece existir un apoyo tácito a las exploraciones, nada más. Está concediendo permisos para ello —más de 70 en los últimos cinco años, mientras demora ‘sine die’ otras 45 solicitudes—, pero aún ninguno de explotación... y no parece que vaya a hacerlo a corto plazo.