Un fondo de pensiones de 88 millones

La salida de Alfredo Sáenz del Santander, tras atesorar un fondo de pensiones de 88 millones de euros, es la secuela del modo de hacer de una generación de ejecutivos bancarios que ha marcado la historia del sector. Todos se han ido con los bolsillos llenos, e incluso alguno ha cedido a la tentación de seguir en la brecha.

Es el caso de José Ignacio Goirigolzarri, que abandonó BBVA con una pensión de 52 millones de euros, pero que ha aceptado el desafío de relanzar Bankia, donde su sueldo anual está tasado. Los Sáenz, Corcóstegui, Luzón, Goirigolzarri, nunca constituyeron un mismo equipo. Aunque formados en una misma escuela, no todos coincidieron en el tiempo, si bien comparten muy parecida visión del negocio.

Sáenz aterrizó en Banesto a principios de 1994 mandatado por BBVA. Formado en la escuela de Pedro Toledo, antes había reflotado Banca Catalana. La idea del Banco de España era que un gestor experto del sector privado se ocupara de sanear la entidad. El directivo vio el cielo abierto cuando el Santander se adjudicó en subasta este banco, y optó por desarrollar en el grupo su futura carrera.

Francisco Luzón dejó el Santander con una pensión de 56 millones, más complementos y otros seguros, por importe de 9,9 millones de euros adicionales. Se trata de otro ejecutivo formado en la escuela de Pedro Toledo, que también participó en gestación del Bilbao-Vizcaya, y que se abrió un camino propio en la gestación de la banca pública.

Anterior en el tiempo es la historia de Ángel Corcóstegui, un ejecutivo de la misma escuela que ocupó durante tres años el puesto de consejero delegado del grupo. Casi desde los inicios del proyecto estaba clara la preeminencia de una parte, y a la salida de José María Corcóstegui de la copresidencia compartida sucedió pronto de la primer ejecutivo. En febrero del 2002, mientras Alfredo Sáenz veía despejado el camino, Corcóstegui se hizo con una indemnización, récord hasta la fecha, de 108 millones.