Bankia mira ahora al futuro bajo sombras alargadas
J. M. C. | Madrid
No todas las herencias ofrecen un atractivo patrimonio a quienes las reciben. También es posible heredar el peso de una deuda. Y en el caso de Bankia, la transmisión de la entidad a los nuevos gestores por su nacionalización les supuso hacer frente al lastre de un complejo pasado marcado por una polémica salida a bolsa que en ocasiones les salpica de forma indirecta. Casi siete años después de que se materializara el salto al parqué, y seis desde que su anterior presidente abandonara el cargo, Rodrigo Rato ha vuelto a encender el ventilador contra el Ejecutivo del que fue su partido. El exvicepresidente del Gobierno ha acusado al ministro de Economía, Luis de Guindos, de haberle «exigido» en su momento la dimisión, y de que se «desplomaran las acciones» con esa decisión.
Lo ha hecho, paradójicamente, en la comisión que investiga el origen de la crisis en el Congreso, un escenario que le ha servido de plataforma pública para lanzar los dardos guardados durante estos años contra todos los que —insinuó— conspiraron contra su figura. Y, de paso, abrió de nuevo la caja de Pandora de la que Bankia creía haberse desprendido desde hace ya tiempo. Pero los fantasmas, a veces, vuelven: las próximas citas judiciales —Rato está llamado a sentarse en el banquillo por la salida a Bolsa del grupo; se encuentra pendiente del recurso del Supremo contra el fallo que le condenó por las tarjetas ‘black’; y aún espera las acusaciones de Hacienda— revolverán el pasado de una empresa cuya transformación —con una inyección de 22.424 millones de por medio— resulta innegable.
Técnicamente, la penitencia de una salida a bolsa que resultó desastrosa para la entidad y para las finanzas públicas culminó el pasado 31 de diciembre. Desde entonces, se encuentran levantadas las restricciones que la Comisión Europea había impuesto a Bankia como consecuencia del Plan de Reestructuración por el que se inyectaron las ayudas estatales al grupo.