Diario de León

Octavio Granado, el filósofo que debe gestionar las pensiones

Octavio Granado, secretario de Estado de la Seguridad Social. VICTOR LERENA

Octavio Granado, secretario de Estado de la Seguridad Social. VICTOR LERENA

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Amparo Estrada | Madrid

«Ser secretario general de la Seguridad Social con varios ministros distintos es señal inequívoca —puedo dar fe— de que tus jefes te valoran más de lo que les fastidias». Son palabras de Octavio Granado (Burgos, 1959) en un artículo que homenajea a Adolfo Jiménez, uno de sus antecesores en el cargo. Granado sabe bien de lo que habla, porque ha ejercido con cuatro ministros: tres en su anterior etapa como secretario de Estado (Jesús Caldera, Celestino Corbacho y Valeriano Gómez, entre 2004 y 2011, en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero) y con Magdalena Valerio en la actualidad. Valerio no dudó en recurrir a Granado para poder «reconducir el trasatlántico» de la Seguridad Social.

Es el ‘Pepito Grillo’ de la Seguridad Social. Como buen filósofo —es licenciado en Filosofía y Letras y se autoinscribe en la «izquierda popperiana»—, Granado siempre ha dicho lo que piensa, tanto formando parte del Gobierno, como en las reuniones del PSOE o en foros públicos. Lo considera «una obligación», aunque también es consciente de que puede no sentar muy bien a algunos. Así se lo explicaba a Gerardo Camps, portavoz del PP en la comisión del Pacto de Toledo: «Cuando yo acepté este cargo, le dije a mi ministra que mi problema es que he escrito mucho y que tengo la mala costumbre de no cambiar de manera de pensar».

No es extraño, entonces, que Granado haya expresado más de una vez pensamientos divergentes con las líneas gubernamentales, aunque es disciplinado una vez la decisión es firme. En las últimas semanas, ha advertido que vincular la revalorización de las pensiones a un único indicador (el IPC) «causa siempre a largo plazo más efectos perversos que positivos». A pesar de su opinión contraria, el Pacto de Toledo y el Gobierno han decidido subir las pensiones conforme al índice de inflación. Más éxito tuvo cuando salió al paso de la inicial pretensión de crear un impuesto específico para financiar a la Seguridad Social y dejó claro que es preferible que la inyección financiera llegue por transferencias del Estado antes que arriesgarse a «fiar la suerte del sistema a un impuesto concreto» y enfatiza que «cambiar cotizaciones por impuestos es un mal negocio».

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