El papel de la gente común en medio del «crack»
Richard tiene 42 años y es uno de los tantos uruguayos que sigue creyendo que «siempre los pueblos definen sus destinos». Sin embargo Julia, actriz por lo menos veinte años mayor, no cree que haya salidas para la aguda crisis económica, financiera y social que se vive en estos días en Uruguay. «La gente debería ser protagonista e incidir en los acontecimientos, pero está muy mal informada, pasando mal y sin dinero», se lamenta Henry, de 22 años, que también hace cola frente a un cajero automático y conversa con dpa. No todos se animan a dar su opinión. Muchos tienen miedo por lo que está pasando y, particularmente, por la ola de saqueos que se produjo entre el miércoles y el jueves pasado, a lo que se sumó estos días una ola de rumores permanentes sobre nuevos incidentes que no se han concretado. La central de trabajadores PITCNT y el izquierdista Encuentro Progresista (EP) se mueven con mucha cautela, y aunque los sindicatos realizan algunos actos y marchas callejeras, no aparecen como los conductores de un movimiento popular que asuma el protagonismo que tuvo no hace muchos años. La última dictadura militar (1973-1985) nació «marcada» por una huelga general por tiempo indeterminado, dispuesta por la entonces Convención Nacional de Trabajadores (CNT), y por la ocupación de todos los lugares de trabajo. La sangrienta represión con la que respondió el regimen autoritario, encarcelando a miles y cerrando locales sindicales, no logró neutralizar la resistencia, porque la gente se organizó en la clandestinidad y el exilio y jugó un papel trascendente en la caída del regimen, doce años después. En 1980 los uruguayos votaron abrumadoramente contra un proyecto de reforma constitucional impulsado por la dictadura, que apuntaba a legitimar el regimen. El 1 de mayo de 1983 los sindicatos que emergían de la clandestinidad de hecho, porque estaban prohibidos, conmemoraron el Día Internacional de los Trabajadores, congregando a cientos de miles de personas en la explanada que rodea al Palacio Legislativo, sede del Congreso. Seis meses después, en noviembre, y en medio de crecientes manifestaciones populares, un movimiento concertado de organizaciones sociales y políticas dio un nuevo golpe al regimen al reunir a cerca de un millón de personas en el emblemático obelisco a los Constituyentes de 1830, casi en el centro de Montevideo. El acto pasó a la historia como «Un río de libertad», porque la multitud «serpenteaba» entre los espacios de la frondosa arboleda del parque, donde está el obelisco.