La UE quiere atraer a Biden a su plan de comercio para reformar la OMC
«El mundo nos está dejando atrás», avisa la nueva presidenta del órgano de comercio mundial
«No puede continuar siendo lo de siempre». Con este mensaje directo y gesto de preocupación asumía a principios de mes la nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala su nombramiento como nueva directora general de la Organización Mundial de Comercio (OMC) para un período de cinco años renovables. Es la primera mujer que llega al puesto —y la primera nacida en Africa— en los 25 años de historia de un organismo que, ‘a priori’, debería ser decisivo para la economía global.
La nueva responsable se refería al anquilosamiento de una institución que se ha visto superada por los tiempos, a la que las tensiones comerciales —las disputas entre China y EEUU han tenido un peso especial en ello-— han agarrotado y que la propia debilidad de sus mecanismos internos ha terminado prácticamente por paralizar. De hecho, hoy día su principal función casi es solamente estadística.
Su último barómetro sobre el comercio mundial de bienes cerró diciembre en casi 104 puntos, lo que al superar el promedio de 100 indica un crecimiento por encima de la tendencia internacional. Esto es, sus expertos anticipaban una recuperación de la economía aunque, a la vez, apuntaban que «el impulso puede ser de corta duración».
El transporte de contenedores ha bajado en los dos primeros meses de 2021 tras reducirse casi un 10% el comercio marítimo el ejercicio pasado, según la consultora IHS Markit. Y marzo puede terminar igual, sobre todo tras el cierre del canal de Suez esta semana al quedar atascado uno de los buques portacontenedores más grandes del mundo.
En este entorno tan complicado debe moverse la esperada reforma de la OMC, en el que la Comisión Europea quiere jugar un papel decisivo junto al presidente de EEUU. El desbloqueo de Joe Biden al nombramiento de Okonjo-Iweala -—Trump apostaba por la candidata surcoreana—, apoyada por Bruselas, puede ser un buen principio.
Mayor peso tiene el siguiente paso dado desde Washington. El pasado día 5 alcanzaba un acuerdo con Bruselas para congelar cuatro meses los aranceles vinculados a los subsidios a Airbus, un día después de hacerlo con Londres dado que a raíz del ‘brexit’ Reino Unido lleva sus propias negociaciones. Un respiro, más allá de la aviación, para productos de otros sectores como la alimentación, donde se veían afectados el vino y el aceite españoles, sus ventas a EEUU cayeron un 80% el año pasado. Aún así, persiste el conflicto con la aceituna negra, que data de 2018.
El último acercamiento en la tradicional alianza transatlántica —que las autoridades europeas quieren reforzar tras la marcha de Trump— fue el día 8, con el acuerdo para reajustar las cuotas agrícolas tras la salida británica. Con ellas se fija la cantidad de productos agroalimentarios europeos que pueden ser importados desde Estados Unidos con unos aranceles menores a los generales, o incluso nulos.
El vicepresidente ejecutivo de la CE, Valdis Dombrovskis, ve un «punto de inflexión» en esas relaciones bilaterales, hasta incluso considerar que hay una «oportunidad única» para trabajar con la Casa Blanca en la transformación verde y digital de la economía, uno de los retos del Ejecutivo comunitario de Ursula von der Leyen. Otro, y con carácter «prioritario», es una reforma «importante» de la OMC, con «nuevos compromisos mundiales» que apoyen la transición climática, nuevas normas sobre el comercio online —eliminando «barreras injustificadas» en la economía digital para «aprovechar las ventas de las nuevas tecnologías»—, reglas «reforzadas» para «hacer frente a las distorsiones de la competencia» y el «restablecimiento» de su sistema de solución de diferencias vinculante, paralizado desde 2019, explica el número dos de Bruselas.
«Tensiones sin precedentes»
Este problema se ha visto agravado por «una serie de tensiones comerciales mundiales sin precedentes», alertan desde la OMC. En su último informe anual, la organización advertía que las restricciones en ese ámbito se mantenían en «niveles excepcionalmente altos». Tanto es así que a finales de 2019 el valor del comercio internacional abarcado por dichas limitaciones se estimaba en 1,7 billones de dólares (200.000 millones más en solo un año), mientras que las medidas restrictivas aplicadas desde 2009 y aún en vigor afectaban al 7,5% de las importaciones mundiales (datos al cierre de 2018), tras triplicarse en solo cinco años.
Washington y Bruselas apuestan por el multilateralismo —lo respaldó en febrero el G7—, aunque la UE también quiere implicar a China —con la que cerró en diciembre un acuerdo de inversiones— para garantizar que «asume mayores obligaciones en el comercio internacional», a la vez que la UE concluye la ratificación de acuerdos pendientes como el de Mercosur. En este contexto de cambios, en la OMC asumen que se juegan su futuro.
«He notado que el mundo nos está dejando atrás», admitía hace poco su nueva responsable, que reconoce «una pérdida de confianza cada vez mayor en la capacidad de la OMC para producir resultados». Recuperarla será su gran reto.