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León

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Uno de los principales indicadores de la salud financiera de un país es la deuda pública. En comparación con otros países europeos, España está achacosa. Ocupa el cuarto peor puesto en la clasificación, con una deuda que representa el 117,7% del PIB en marzo de este año (bajó en junio al 116,1% fundamentalmente por efecto de la inflación) solo por detrás de Grecia (189,3%), Italia (152,6%) y Portugal (127%) y con el agravante de que los mercados exigen mayor rentabilidad a la deuda española que a la portuguesa.

España disfruta en estos momentos de una alta recaudación impositiva, generada en parte por la elevada inflación. Por ejemplo, en el Impuesto sobre la Renta, la negativa del Gobierno a deflactar la tarifa del IRPF supone en la práctica una subida de impuestos porque pagas como si tu salario o tus ingresos tuvieran la misma capacidad adquisitiva que hace un año cuando han perdido más del 10% de capacidad de compra. En los primeros ocho meses de este año, la recaudación impositiva ha crecido en 26.900 millones de euros y más de la mitad se debe a los impuestos directos.

Las previsiones de varios organismos apuntan a que a finales de este año y principios de 2023 España estará en recesión, por lo que es difícil que se reactiven las reglas fiscales, lo probable es que se reformen para marcar una senda más gradual y menos exigente, explica el director de coyuntura de Funcas.

Porque a la disciplina fiscal hay que volver, ya hemos visto la reacción negativa de los mercados ante la relajación fiscal de Reino Unido, que ha obligado a la primera ministra, Liz Truss, a dar marcha atrás en la bajada fiscal a las rentas altas. «Hay que tener cuidado con la guerra fiscal, que llevaría a un mayor déficit», alerta Torres.

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