OPINIÓN
Un euro fuerte arruina nuestros precios
La actual fortaleza del euro con respecto al dólar está siendo nefasta para nuestro intereses agrícolas y ganaderos. No somos competitivos para exportar, con lo cual no tienen salida producciones puntualmente excedentarias como pueda ser los derivados lácteos en este momento, y por el contrario resulta más fácil importar eso mismo que aquí producimos, acrecentando las dificultades que siempre hemos tenido para competir en los mercados internacionales. Todo, fuera de las fronteras de la Unión, se paga en dólares, y una parte de los productos agropecuarios que nos hacen la competencia se proceden directamente de los Estados Unidos. Por eso nuestras fronteras son un coladero para recibir a precios irrisorios la carne de vacuno, los cereales, subproductos agrícolas para la alimentación animal, las legumbres, y un largo etcétera. Y ya en nuestra provincia de León hemos visto la primera consecuencia: los legumbristas se niegan a efectuar contratos de precampaña de alubias con nuestros productores ante las previsiones de bajos precios de importación marcados por una moneda fuerte. Y si esto es el mercado, pues con resignación estaríamos dispuestos a aguantar una situación que nos perjudica. Pero si de verdad fuese la consecuencia de un liberalismo económico, en igual medida deberíamos de vernos afectados en el sector agrario respecto a maquinaria y medios de producción que se importan de países de fuera de Europa. Pero no vemos que eso se traduzca en precios más bajos de los carburantes, ni de los tractores y otras máquinas agrícolas, y mucho menos de los fertilizantes, de los fitosanitarios o de las semillas. Es decir, un euro fuerte es un chollo para salir a comprar lentejas o maíz a Estados Unidos, pero parece que no sirve para nada a la hora de importar abonos nitrogenados de todavía países terceros como pueda ser Polonia. Los años de devaluación fuerte de la peseta fueron los mejores años para la agricultura y la ganadería de nuestra historia reciente, máxime cuando además de influir en los precios de los productos influyó elevando las subvenciones al estar estas referenciadas en el ECU, nombre con el que se conocía entonces la ficticia moneda comunitaria. Por la misma regla de tres, sencillo de explicar por compleja que sea la economía, ahora estamos atravesando una situación de precios agrarios que están estrangulando a miles de explotaciones agropecuarias de nuestro país y por supuesto de nuestra provincia. Tampoco nos beneficiamos de las sucesivas bajadas del precio del dinero. es que una cosa es la teoría y otra la práctica cuando te acercas a la ventanilla del banco a pedir un préstamo. Los referentes oficiales del precio del dinero más o menos se trasladan a los préstamos hipotecarios, pero el resto de los préstamos, que son los que mayoritariamente suscriben nuestros agricultores y ganaderos, son harina de otro costal. Fuera de las hipotecas de las viviendas, y más cuando se trata de préstamos para inversiones agrarias o préstamos para circulante de campaña, los tipos de interés están, entre pitos y flautas, por encima de cinco por ciento, más del doble del euribor. Nuestra agricultura y ganadería es competitiva si en otros países las reglas del juego son similares a las nuestras y sobre todo si no se produce un dumping social. Pero con un euro irracionalmente fuerte y unos tipos de interés que se mantienen altos a pesar de la oficialidad, es imposible defenderse en los mercados internacionales. Mientras nuestros políticos sacan pecho por tener una moneda fuerte y disfrutan de viajes más baratos a la capital financiera del mundo, que debe de ser Nueva York, en el campo hacemos un ojal más al cinturón. Y ya van unos cuantos.