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| Reportaje | Sin imitaciones |

Cocodrilos en la caja fuerte Aparece una carta que podría dar nuevas opciones a la defensa de los Albertos, condenados por estafa

La marca Lacoste guarda bajo llave en las fábricas sus famosos «reptiles» para asegurarse de que ningún lagarto acaba pegado al pecho de un polo que se venda en un mercadillo

Los Albertos, con sus características gabardinas, en una foto de archivo

Publicado por
Rocío García - lalín efe | madrid

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La mayoría de los consumidores se preguntan en qué se distinguen un jersey o una chaqueta fabricados en España para la marca Lacoste de otros que la misma factoría pueda comercializar por su cuenta. Por ejemplo, en una de las tres empresas textiles gallegas monopolizan la producción de las prendas de punto tricot y cotton que Lacoste distribuye en el mercado español. El resto se fabrica en Cataluña, que hasta hace muy poco -cuando una de las factoría proveedoras se declaró en quiebra- era la principal proveedora de la marca. La multinacional centra todos sus esfuerzos en conseguir que las prendas no sólo se diferencien en el precio. Para empezar están las materias primas. Según explica José Ramón Vilar, director de Producción de Lacoste España, la firma indica a sus fabricantes qué tipo concreto de hilo debe utilizar, de qué color y grosor y dónde lo puede adquirir. Todo esto es secreto industrial. Como también lo es el patronaje para cada modelo y el sistema de fabricación. Si no lo fuese, cualquier fábrica de punto con la maquinaria precisa podría producir artículos idénticos a los de Lacoste y comercializarlos a bajo precio. La calidad es otra de las grandes batallas de Lacoste. El cliente puede considerar que las prendas son caras, pero no puede decir que sean de mala calidad. La fama no se la han ganado por las buenas. Cuando una nueva firma empieza a trabajar para Lacoste, el equipo de calidad de la multinacional se desplaza a la fábrica para enseñar a los trabajadores el proceso de trabajo y el acabado correcto de las prendas. Después, la producción se vigila de cerca. Lacoste promueve auditorías cada quince días para verificar que las normas de calidad se están cumpliendo. Los inspectores se trasladan a la fábrica y revisan el proceso de fabricación y el producto final para comprobar si cumple los estándares de calidad. Sin embargo, aún teniendo en cuenta la calidad de las materias primas y el cuidado en el proceso de fabricación, hay una distancia más que evidente entre el coste de producción de un jersey y su precio de venta en el mercado. Nadie quiere hablar de cifras, pero está claro que la marca se paga. Y el márketing. La pregunta es inevitable: ¿Y si los fabricantes se arriesgasen a comercializar paralelamente algunas prendas Lacoste? Podrían venderlas más baratas y obetener beneficios suficientes. Es ahí dónde entran en juego los apreciados cocodrilos. Lacoste raciona los envíos de material logotipado a sus fabricantes. Las insignias de los reptiles, los botones, las bolsas y las etiquetas con el emblema de la marca se envían exactamente en el mismo número que los jerseys que luego se recogen para su comercialización en el mercado. Lacoste lleva un estricto control de estos números y los fabricantes tienen que preocuparse de hacer cuadrar las cifras. Para alejar la inevitable tentación y asegurarse de que ningún lagarto acaba pegado al pecho de un polo del mercadillo, los reptiles se guardan en las fábricas bajo llave. Sólo el personal de confianza tiene acceso a la caja fuerte. El juzgado de instrucción número 11 de Madrid investiga a uno de los querellantes del caso Urbanor, Pedro Sentieri, ante la posibilidad de que hubiera prestado falso testimonio en el juicio que condenó a Alberto Cortina y Alberto Alcocer a tres años y cuatro meses de cárcel por estafa y falsedad en documento mercantil. La prueba es una carta -aparecida en abril del 2003- presuntamente firmada por Sentieri y dirigida a otro de los querellantes del caso Urbanor, Julio San Martín, en el que le recomendaba obviar determinados hechos en el juicio contra los financieros. En esta carta, supuestamente redactada por Sentieri, se sugiere a San Martín que no revele que les interesó percibir por los terrenos donde finalmente se instalaron las Torres KIO un menor precio dado que se excluían determinados compromisos. «Manifestarlo haría más difícil probar la estafa que cometieron y no debemos dar motivos para debilitar lo evidente, que nos estafaron», dice. Alberto Cortina y Alberto Alcocer fueron condenados por el Tribunal Supremo en marzo de 2003 al considerar probado que engañaron a los socios minoritarios de Urbanor al negociar la venta de la sociedad ya que consiguieron por su participación un precio que duplicaba al que recibieron los pequeños accionistas. «El cocodrilo es como una golosina. Se envía a los fabricantes en el número justo y allí se guarda bajo llave para evitar tentaciones» JOSÉ RAMÓN VILAR Director de Produccvión de Lacoste en España

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