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Plan antiterrorista contra la deuda

Londres y Reijkiavik entran en una especie de guerra fría; el colapso de la banca comercial islandesa desata un cruce de acusaciones entre dos países con tradición de problemas

Un empleado de la entidad bancaria islandesa Landsbanki se sienta en la sede del banco en Londres

Publicado por
Íñigo Gurruchaga - londres
León

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El Gobierno británico no ha tenido mucho éxito en la congelación de fondos que financian el terrorismo islámico y ha poco menos que disuelto el organismo que intentaba recuperar los fondos que financiaron el terrorismo irlandés. Pero ha aplicado con éxito la legislación antiterrorista para tomar control de los depósitos británicos de un banco islandés. Los conflictos entre Reino Unido e Islandia son viejos. Ya había disputas pesqueras en el siglo XIX. Y, en los años cincuenta y setenta del siglo pasado, la Royal Navy británica llegó a patrullar las aguas bacaladeras reclamadas por los islandeses. Esta vez, el conflicto es de nuevo económico y no tiene pinta de desembocar en una grave contienda naval. Desde Londres como una consecuencia de la unilateralidad islandesa en no garantizar depósitos en sus bancos, y en Reijkiavick como una injerencia del país grande en la soberanía del pequeño. La banca islandesa era el negocio más aburrido del mundo hasta hace unos años. El banco que hacía las funciones de banca central, Landsbanki, tenía la mayoría de los depósitos y también del mercado de hipotecas, que consistían, hasta los años ochenta, en unos bonos de vivienda. En el último cuarto de siglo, comenzó la liberalización. Liberalización de capitales Desde que se liberalizó el movimiento de capitales, en 1995, la inversión directa en el extranjero de los residentes en Islandia ha aumentado cerca del 50% anualmente. Los islandeses tenían en sus manos 156 millones de euros en valores extranjeros y 8.600 millones -el 65% de su PIB- diez años después. Banca y comercio han impulsado el milagro. Que ha ocurrido bajo la supervisión de El Pulpo, la pequeña trama de hombres poderosos en una sociedad de unos 320.000 habitantes, gobernados casi con perpetuidad por el Partido de la Independencia. Los tentáculos del grupo llegaban a buena parte de las instituciones del país y nadie lo ilustra mejor que David Oddsson. Fue el primer ministro más duradero del país y, antes de jubilarse, tomó dos decisiones sonadas: aumentar su jubilación y el salario del presidente del comité de gobernadores del nuevo Banco Central de Islandia, desgajado del Landsbanki en los años sesenta. Oddson, jubilado, pasó a ser presidente del comité de tres gobernadores. La hegemonía del pulpo fue retada en los años noventa por Jon Asgeir Johannesson y su padre, propietarios de un grupo que tiene 3.000 tiendas y 53.000 empleados. Que es un gran accionista del banco Glitnir. Oddsson, uno de los cerebros del pulpo habría perpetrado, según Johannesson, «el mayor robo de un banco en la historia de Islandia», al conspirar con el Gobierno para convertir hace quince días, la petición de un préstamo de Glitnir para salir del apuro que le estaba creando la situación internacional en una nacionalización sin respetar procedimientos básicos. La historia de rencor entre las familias poderosas en esta pequeña población es extraordinaria. Como los clanes son dueños de los periódicos es difícil separar la verdad de la mentira, pero los tribunales descartaron el proceso por fraude que Oddsson inició contra los Johannesson hace tres años, mientras se repiten acusaciones, en periódicos rivales, de que su expansión comercial y financiera se explica con el blanqueo de dinero de mafias rusas. A la nacionalización de Glitnir le ha seguido la de los otros dos bancos comerciales, Landsbanki y Kaupthing. Y es aquí donde llega la marina británica. Porque, desde personas individuales hasta 1.250 millones de euros de ayuntamientos o 160 millones de euros de asociaciones benéficas como la Liga para la Protección de Gatos tenían depósitos en bancos islandeses. El ministro de Hacienda, Alastair Darling, asegura que Reikiavik le dijo que no ganaratiza los depósitos en sucursales extranjeros o de extranjeros en ramas bancarias islandesas en internet, aunque en islandia lo niegan. Y, con el respaldo del primer ministro, Gordon Brown, tomó el poder en las sucursales basándose en la legislación antiterrorista. Mientras en Islandia se discute sobre si El Pulpo provocó una debacle financiera innecesaria de sus bancos o si los veinte o treinta financieros de la nueva ola cavaron esta gran fosa, entre Reikiavik y Londres hay pleito sobre quién dijo qué a quien y otro sobre el dinero, que puede acabar, como la guerra del bacalao, en los tribunales internacionales.