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Mercedes Gallego | nueva york
León

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No todos los muertos del Katrina murieron ahogados. Algunos tenían balas en el cuerpo, e incluso casquillos policiales. En esos días apocalípticos de la ciudad sumergida, cuando las montañas de basura se apilaban en el Centro de Convenciones y las bandas callejeras violaban adolescentes en los baños del Superdome, un rumor sacudía la impotencia de los supervivientes: no trates de escapar de este infierno, la policía se ha apostado en los puentes y dispara contra quien intente cruzarlo.

Resultó ser verdad. Durante casi cinco años el cuerpo policial de Nueva Orleáns ha cerrado filas en defender la actuación de siete agentes involucrados en uno de esos tiroteos, ocurrido seis días después de que el huracán rompiese los diques. La torre de mentiras y falsos testigos empezó a desmoronarse el mes pasado, cuando dos investigadores admitieron estar protegiendo a los agentes. El miércoles uno de estos policías traicionó a sus compañeros y contó la verdad en los tribunales.

Relatos escalofriantes. El relato de Michael Hunter habla de «civiles desarmados que no aparentaban portar ningún arma» y que huyeron despavoridos cuando empezó a disparar al aire. Su compañero, identificado en la declaración como el Agente A, al que se cree Robert Faulcon, tomó un rifle de asalto y disparó indiscriminadamente contra ellos. «En un momento dado Hunter salió del camión, vio asomar la cabeza de un anciano negro escondido tras una de las barreras de cemento, y al Agente A dispararle. El hombre negro no portaba ningún arma y no representaba ninguna amenaza para los agentes», dice el sumario. Hunter también recuerda al Agente B disparando hacia un grupo de civiles que intentaba escapar con la excusa de que ellos le habían disparado primero, pero nadie vio ningún arma.

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