Diario de León
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Opinión | e. vázquez

Por razones un poco misteriosas, el presidente Uribe pidió, y obtuvo, no sin algunas dificultades en el seno del organismo, que la OEA celebrara un consejo para examinar su queja acerca de la conducta de Venezuela, que acogería en su territorio elementos y cierta infraestructura terrorista, o sea de las Farc y el ELN. La sesión se celebró, fue aparentemente abrumadora para Caracas y antes de que concluyera el jueves, el presidente Chávez ordenó la ruptura de relaciones diplomáticas.

La Organización de Estados Americanos es un foro adecuado, desde luego, y el problema suscitado por Bogotá, antiguo y en vías de empeorar pero podría cambiar a mejor de creer al presidente electo, Juan Manuel Santos, el candidato del campo uribista, quien tomará posesión el 7 de agosto y había adoptado con su incómodo vecino venezolano un perfil bajo, había invitado a su toma de posesión al presidente Chávez y parecía dispuesto a pasar la página y abrir otra nueva. Eso es, al fin y al cabo, lo que hizo el propio Uribe con Ecuador, cuyo presidente, Rafael Correa, denunció vigorosamente la acción militar colombiana en su territorio que en marzo del 2008 mató a un cierto número de guerrilleros, incluyendo a uno de sus jefes, Raúl Reyes, cuyo ordenador resultó ser una especie de inagotable fuente de información usada sin tasa y a todos los efectos por el Gobierno colombiano. Bogotá terminó acomodándose a los usos internacionales, presentó sus condolencias, garantizó que no se repetiría tal cosa y recuperó a Quito. El presidente Correa asistirá al relevo presidencial, lo que, para disgusto de Santos, no hará Chávez.

La novedad, más allá del dossier, es que un Gobierno saliente no debe condicionar a su sucesor. Santos era ministro de Defensa de Uribe cuando sucedió el grave incidente en suelo ecuatoriano, conoce como pocos los entresijos de la lucha antiterrorista y como nuevo mandatario y jefe del Ejecutivo tenía el derecho a que no le dieran servida una crisis tan aguda. Los leales al saliente dicen, en cambio, que lo sucedido es un servicio al país, la última batalla de Uribe antes de salir del Palacio de Nariño.

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