Dilma Rousseff se enfrenta al reto de engrandecer el legado de Da Silva
Michelle Bachelet, en Chile; Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina; Laura Chinchilla, en Costa Rica, y ahora ¿Dilma Rousseff en Brasil? Todas ellas han roto el techo del poder de un mundo de hombres. Algunas con armas de mujer, otras con el apoyo de un varón y siempre siendo las más duras entre los duros. En eso Rouseff les gana a todas. Su sangre búlgara le ayuda.
Se cuenta que una vez hizo llorar a Sergio Gabrielli, presidente de Petrobras, tras echarle una de sus broncas. Ella ve estos comentarios como una muestra más del machismo que prevalece en la sociedad, porque si fuera mujer estas cosas no llamarían la atención. «Cuando una mujer está en posición de poder siempre se la considera demasiado dura y fría», se ha defendido.
En ella lo de dura es más que una etiqueta sexista. Su estilo brusco y su voz bronca contrastan con la cadencia sensual de los brasileños, que suelen enfrentar la crispación ajena con un sonrisa cálida, que si bien no resuelve nada desarma al contrario. Rousseff es pragmática e impaciente, pero con fama de competente. Dicen que no entra a una reunión sin haberse leído todo lo que tenga que ver con la materia, así es como impresionó a su padrino político, Luiz Inácio Lula da Silva, que como solo estudió hasta cuarto de primaria confiesa una enorme envidia por los que han tenido la oportunidad de devorar libros desde pequeños. Rousseff, hija de una maestra brasileña y un búlgaro rubio de ojos azules con buena mano en las inversiones inmobiliarias, recibió la educación de élite que le faltó al líder sindical, y luego aparcó temporalmente su carrera de Económicas para meterse a guerrillera.