El cólera mata 138 personas en Haití
Los contagios se propagan con gran rapidez mientras se agotan las medicinas
Haití, uno de los países más pobres del mundo, no puede recuperarse de un desastre y ya tiene otro encima. Un brote de cólera que ha matado a 138 personas e infectado a más de 1.500 en Artibonite y Mirbalais, a poco más de 100 kilómetros al norte de la capital.
Se suma a la devastación todavía presente del terremoto que en enero mató a 250.000 personas y dejó a un millón quinientos mil haitianos a la intemperie y viviendo en condiciones infrahumanas.
Los hospitales de esa región central estaban colapsados. Los contagios se propagan con gran rapidez. Los enfermos eran atendidos en el suelo o sillas por falta de camas. También se agotan las medicinas, principalmente sueros para combatir la deshidratación galopante.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) optó por esperar sus propios resultados para confirmar la peste que rebajó a «brote de diarrea». Pero el presidente René Preval corroboró la epidemia.
La anterior se remonta a más de un siglo atrás. «Puedo confirmar que es cólera» dijo tras una reunión de emergencia de su gabinete. Se basaba en análisis de epidemiólogos haitianos y médicos cubanos con los primeros pacientes. Por su parte, el ministro haitiano de Salud, Alex Larsen, especificó que el causante del cólera es una cepa «01», del «tipo más peligroso». «Ahora nos estamos asegurando de que la gente esté al tanto de las medidas de prevención que tiene que tomar para evitar la contaminación», añadió el mandatario que concluirá su mandato tras las elecciones generales del próximo 28 de noviembre.
Lo secundó Claude Surena, presidente de la Asociación Médica Haitiana: «Es alerta máxima, debemos mantenernos movilizados las 24 horas del día para ayudar al gobierno a hacer frente a esta situación» de grave crisis sanitaria. Las principales recomendaciones son utilizar pastillas potabilizadoras, lavarse las manos frecuentemente y consumir alimentos muy bien cocinados. Las autoridades de salud locales e internacionales intentaban impedir que la epidemia alcance la capital, donde todavía más de un millón de damnificados viven en condiciones infrahumanas, chapoteando entre barro, aguas corrompidas y basuras.