Europa demuestra con la crisis que no tiene voz común en el mundo árabe
Bruselas evidencia que carece de política exterior y de diplomacia conjunta
Las crisis tunecina y egipcia han dejado al descubierto las imperfecciones de la diplomacia de la Unión Europea (UE) que, lejos de hablar con una sola voz, como se decidió con la adopción del tratado de Lisboa, lo hace de forma caótica y a menudo sin que nadie la escuche.
«Nos hemos dotado de una Alta Representante» de la UE para las Relaciones Exteriores, cargo ocupado por la británica Catherine Ashton, pero «son los Estados miembros quienes siguen comunicando» y a menudo «en orden disperso», deploró esta semana Joseph Daul, líder conservador en la Eurocámara. La ola de protestas sociales que azota la ribera sur del Mediterráneo y derrocó a los gobiernos de Túnez y Egipto supone la primera grave crisis internacional que afronta Europa desde la entrada en vigor a finales de 2009 del tratado de Lisboa, llamado a aumentar la visibilidad de la UE en el mundo, gracias sobre todo a un nuevo servicio diplomático.
El balance es poco alentador. Ashton, jefa de la diplomacia, juzgada en el mejor de los casos inexperimentada y poco reactiva en el seno de la UE, es fustigada más que nunca. En el Parlamento Europeo, se habla de error de casting, mientras que los gobiernos no alcanzan a disimular su decepción. Pero los 27 tampoco hacen nada para facilitarle el trabajo, tomando iniciativas individuales y multiplicando declaraciones sin una verdadera concertación con la británica. «No hay piloto en el avión», resume un diplomático europeo. Frente a una Alta Representante debilitada, cada capital aspira a desempeñar un protagonismo en la crisis en el mundo árabe. «La concepción que tengo de Europa no es que 27 jefes de Estado y de gobierno se callen porque tenemos la suerte de disponer de Ashton», ironizó el presidente francés, Nicolas Sarkozy.
La frustración se hace sentir especialmente entre los -˜pequeños-™ países de la UE, que contaban con las instituciones comunitarias, reforzadas con el Tratado de Lisboa, para contrarrestar el peso de las grandes diplomacias tradicionales del Viejo continente, la francesa y la británica en particular. «Europa debe hablar con una sola voz, la voz de Ashton», declaró con enojo el primer ministro belga, Yves Leterme. El presidente de la UE, Herman Van Rompuy, que como Ashton asumió el puesto con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa y en seguida se vio relegado a un segundo plano, deploró los mensajes «demasiado dispersos» de los europeos sobre las crisis de Egipto y Túnez.