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Michelle Obama, la estrella en la convención de los demócratas

La primera dama ofreció el tradicional discurso de los cónyuges.

Una simpatizante demócrata, en la convención del partido.

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mercedes gallego | charlotte
León

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Después de estrechar la mano, George W. Bush se giraba hacia uno de sus asesores para recibir una dosis de desinfectante líquido con la que matar los gérmenes. Lo contó el propio Barack Obama en su libro The Audacity of Hope , cuando apenas soñaba con reemplazarle en el cargo.

Hoy, como presidente, ha desterrado los desinfectantes pero no llega al nivel de su esposa. Rezagada varios metros por detrás, Michelle Obama se vuelca sobre los extraños con su 1,82 metros de estatura y se funde con ellos hasta que desespera a la comitiva

Los abrazos de Michelle Obama se han vuelto famosos. La primera dama no lo hace protocolariamente, sino que cierra los ojos y siente vibrar a cada uno de esos extraños que hacen cola para perderse en sus brazos.

Ese que dio a la Reina Madre de Inglaterra, para escándalo de la aristocracia, ni siquiera se considera un abrazo en su círculo, sino un «medio abrazo», escribió sarcástico The New York Times . No es que los estadounidenses sean mucho más cálidos que los anglosajones británicos, sino que Michelle Obama ha hecho votos de no permitir que la etiqueta presidencial la transforme en lo que no es. Las ambiciones políticas de su marido ocasionaron las peores crisis matrimoniales que la pareja haya confesado en público, pero una vez que se embarcó con él en la conquista de la Casa Blanca puso toda toda la carne en el asador, con una condición: sus hijos son lo primero.

Si Barack Obama es el comandante en jefe, ella se ha autobautizado como la «mamá en jefe», dispuesta a que nadie se olvide de las obligaciones familiares. Pase lo que pase en el Despacho Oval, a las 6.30 de la tarde el presidente deja colgado si es necesario al primer ministro israelí Benyamin Netanyahu y se va a cenar con su mujer y sus hijas.

Admiración

Ann Dunham, su madre, tiene mucho que ver con lo que Michelle Obama admira de su marido, y anoche se lo recordó a la audiencia de la convención demócrata, por si alguien ha perdido de vista que el presidente no nació en una cuna de privilegiados, como su rival Mitt Romney.

Si sigue involucrada en la vida pública que tanto detesta es porque su marido promete ayudar a que muchos estadounidenses sigan subiendo por esa escalera social que ellos han conquistado.

Cuando se casaron, Michelle recuerda que los préstamos bancarios que tuvieron que pedir ella y su marido para estudiar en universidades privadas como Princeton, Columbia y Harvard superaban la hipoteca de su casa. Y solo terminaron de pagarlos gracias a que el libro de Obama se convirtió en un éxito de ventas, tras un maravilloso discurso antibélico en la convención del 2004. En la de anoche, ocho años y una vida después, a Michelle la presentó Elaine Brye, esposa de un militar de Ohio que se hizo incondicional suya tras recibir uno de sus abrazos -además de una invitación para compartir la mesa con George Clooney en una cena de Estado en honor al primer ministro británico David Cameron-.

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