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Molenbeek, kilómetro cero

Recorrido por el «santuario yihadista» de Europa, un barrio de mayoría musulmana más propio de Marruecos o Túnez.

Varias personas caminan por una calle de Molenbeek.

Publicado por
A. L. | Bruselas
León

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Quizá el secreto del periodismo se reduzca a algo tan simple como observar. Verlo, vivirlo, palparlo. Y claro, saber contarlo. Intentémoslo. Molenbeek, 9.30 horas. Bienvenidos al «nicho de yihadistas», al «santuario de terroristas», «al feudo del radicalismo islamista»… Son datos. Todos los caminos de las principales atrocidades cometidas o abortadas en los últimos años en Europa por el gran enemigo de Occidente (llámese EI, Isis o Daesh) llevan de alguna u otra forma a Molenbeek (incluido el 11-M de Madrid). «Tenemos un problema gigantesco», confesó estos días el primer ministro belga, Charles Michel. «Vamos a hacer limpieza de una vez por todas», juró el ministro del Interior, Jan Jambon.

Molenbeek es gris. De mayoría musulmana (el 80% en algunas zonas), es un barrio más propio de Marruecos, Túnez o Turquía. La diferencia es que está situada al oeste de Bruselas, a sólo siete paradas de metro de las instituciones europeas o a dos de la Grand Place. Molenbeek es un pasado industrial («pequeña Manchester»), es un presente marcado por sus células yihadistas y es un futuro incierto. Molenbeck son miles de mujeres con hiyabs, decenas de tiendas de souvenirs de todo a 1 euro, terrazas de cafeterías atestadas de hombres fumando de tertulia en tertulia —siempre en árabe, el francés apenas se escucha— y son edificios antiguos atestados de parabólicas levantados en unas calles con un bullicio vital que corrobora que el desempleo (29% en hombres y 33% en mujeres) es uno de los mayores problemas de un barrio donde el 41% de la población, de 96.576 habitantes, tienen menos de 20 años.

Pero Molenbeek también es Bruselas. Otra, pero Bruselas, aunque no muy bien vista por el resto de la capital.

Pero si uno entra en la página web del Ayuntamiento descubre con cierta sorpresa dos eslóganes: «¡Una comuna a visitar!» y «¡Déjate sorprender!». Así, entre admiraciones. Lo cierto es que la persona que los ideó, la clavó. Porque si de algo se habla en el mundo es de Molenbeek y no precisamente para bien. Un estigma que ni el barrio —su alcaldesa, Françoise Schepmans, insiste en que hay problemas pero que muchos presuntos terroristas «están de paso»— ni negocios como los hoteles jamás van a poder quitarse, como reconocen algunos de ellos en privado. Sin embargo, remarcan y otra vez que todo son «hechos aislados cometidos por tres fanáticos», que la comuna es mucho más que eso, como denunciaron los vecinos el miércoles en una concentración donde había más periodistas que vecinos —aseguran estar «hartos» del tratamiento de los medios—. Como se esperaba, el justo por pecadores está a la orden del día.

Molenbeek es una suerte de plató de televisión que habla muchos idiomas y en especial, español —hacen horas extras para sacudirse las críticas del ‘despiste’ de no haber informado el viernes sobre París—. Acampados en la plaza Comunal, junto al Ayuntamiento y las dependencias de la Policía Local, donde taxistas y puestos de gofres hacen su particular noviembre. Micrófonos, cámaras y directos. Los comerciantes de la plaza ya no sabe ni qué contestar, pero pasan de alcachofa en alcachofa para contar que existe un problema con cierta juventud, pero que el barrio es una zona tranquila.

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