La culminación de décadas de locura
Kim Jong-il, hijo del fundador de Corea del Norte y padre del actual dictador de ese país, decidió en la década de 1990 que la mejor forma que tenía de evitar un posible ataque por parte de Estados Unidos era la puesta en marcha de un programa nuclear militar. Por eso, a pesar de que en 1985 se había adherido al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNPN), comenzó a desarrollar una bomba atómica. En 1994 abandonó la Agencia Internacional de Energía Atómica, pocos meses después de que esa organización pidiese inspeccionar los lugares en los que ya se sospechaba que se guardaba material radiactivo, y en 2003 se retiró del TNPN. La razón quedó clara el 9 de octubre de 2006, cuando una bomba atómica de plutonio confirmó que Corea del Norte es una potencia nuclear.
Esa primera explosión tuvo una fuerza que apenas alcanzó una décima parte de los artefactos que EE UU arrojó sobre Japón, pero fue suficiente para que un escalofrío recorriese el mundo. Naciones Unidas aprobó la introducción de duras sanciones económicas que continúan en la actualidad. Aunque en 2007 Pyongyang aceptó cerrar sus instalaciones en Yongbyon a cambio de ayuda, la tregua no duró mucho. El 25 de mayo de 2009 Kim detonó una segunda bomba. Y esta sí que fue potente: 20 kilotones, algo más potente que las que arrasaron Hiroshima y Nagasaki. Al mismo tiempo que desarrollaba armas nucleares, el régimen comunista también cohetes balísticos capaces de transportarlas a miles de kilómetros de distancia. Después de varios fiascos que provocaron la hilaridad de sus principales enemigos, en diciembre de 2012, y con Kim Jong-il ya en la tumba, el Unha 3 fue un éxito y logró poner en órbita un satélite. Después de haber reconstruido la torre de refrigeración de las instalaciones más importantes del programa nuclear, el 12 de febrero de 2013 Kim Jong-un detonó el tercer artefacto nuclear, al que ayer le siguió supuestamente el primero termonuclear a dos días de que el dictador cumpla años.