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El presidente iraní, Hasán Rohani.

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Mikel Ayestarán | Jerusalén
León

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El presidente de Irán, Hasán Rohani, tenía claro desde que ganó las elecciones en 2013 que la mejora de la economía del país pasaba por el levantamiento de las sanciones internacionales y lo ha conseguido. A cambio, Irán limita el enriquecimiento de uranio, ha desmantelado más de 12.000 centrifugadoras, desmantelado el reactor de agua pesada de la central de Arak. demasiadas concesiones para el sector más duro de un régimen que 37 años después de la victoria de la revolución islámica se enfrenta a una nueva era en la que sus dirigentes conversan y se estrechan la mano con líderes de Estados Unidos, considerado hasta ahora el ‘Gran Satán’.

En un discurso televisado a la nación, el presidente anunció que este pacto «es una prueba de que podemos interactuar con el mundo por el bien de nuestra nación. El pueblo de Irán ha demostrado que la interacción constructiva es el camino correcto». Un mensaje directo al mundo, pero también al sector más duro del régimen que se resiste a las reformas y a la influencia occidental que puede acarrear esta nueva era libre de sanciones. Un giro aperturista que podría reforzarse con una victoria reformista en las elecciones parlamentarias del 26 de febrero, unos comicios que pueden alterar el equilibrio de fuerzas interno. El tándem formado por Rohani y su ministro de Exteriores, Javad Zarif, ha demostrado su capacidad de llegar a acuerdos con Occidente y romper tabúes instaurados desde el triunfo de la revolución islámica en 1979.

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