Diario de León

Libia, de la dictadura de Gaddafi a la guerra sin fin

Cuando se cumplen cinco años de la muerte del dictador, el país norteafricano sigue sumido en el caos

Un francotirador de Misrata dispara hacia posiciones de estado islámico en Sirte, Libia.

Un francotirador de Misrata dispara hacia posiciones de estado islámico en Sirte, Libia.

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BEATRIZ MESA / RABAT
León

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Cinco años han pasado de una 'revolución' que terminó con la captura y muerte del líder libio, Muammar el Gadafi, el mismo que en 1969 dio una asonada militar para desmantelar la configuración de un modelo occidental de Estado e imponer un sistema de tribus, a las que potenció a base de dinero y de armas, y que contribuyeron a la instalación de una dictadura conocida como la 'Yamahiriya' o 'República de las masas'.

¿Qué ha pasado desde su muerte? ¿Qué ha quedado de aquella revolución que clamó libertad y dignidad para el pueblo libio? Libia se sitúa ahora en un punto muerto o, peor aún, sigue pagando el precio de una sociedad fuertemente dividida en tribus, a las que se les concedió enormes prebendas gracias a las gigantes reservas de petróleo. He aquí la raíz de tanto desastre humano.

En la ciudad rentista de Sirte, donde los revolucionarios acabaron con la vida de Gadafi, un 20 de octubre de 2011, hoy se libran nuevas batallas -aunque, en realidad, nunca hubo tregua- entre las tribus de Misrata, acérrimas opositoras al anterior régimen libio y los fieles al difunto, Muammar el Gadafi, que claman venganza bajo la bandera del Estado Islámico.

A éstos últimos se han venido sumando durante el último añocombatientes africanos rescatados de las filas migratorias, además de jóvenes del Magreb y de Oriente Próximo que, primero por dinero y luego por convicción ideológica, han integrado las huestes de la organización terrorista.

«Hemos encontrado en Sirte a mercenarios de Ghana, Togo, Egipto, Pakistán o Túnez. Eso sí, la mayoría son libios que guardan mucho odio hacia los combatientes que acabaron con la vida de su líder", afirmó en EL PERIÓDICO Ahmed Shlak,  uno de los guerrilleros de la milicia de Misrata que lucha contra los terroristas del Estado Islámico y apoya militarmente al nuevo Gobierno de unidad nacional encabezado por Fayed el Sarraj.

 

NEGOCIACIONES SKHIRAT

Este gobierno se formó en diciembre del pasado año, tras largas e intensas negociaciones en la ciudad marroquí de Skhirat, entre las dos fuerzas rivales, la de Trípoli (capital) y la de Tobruk (al este del país), que consensuaron una formación gubernamental, a través de la mediación de Naciones Unidas, en la que los grandes notables tribales se veían representados.

Sin embargo, a dos meses de cumplirse un año del nuevo ejecutivo, Libia sigue desmantelada en distintos centros de poder y la efectividad del Gobierno de unidad, a pesar de ser el único legitimado por la ONU, es muy débil. Tanto es así que el pasado viernes, antiguos rebeldes del batallón de la llamada Guardianes de la Revolución -la mayoría jóvenes atraídos por las recompensas económicas-, capitaneados por Khalifa al Ghweil, dieron un fallido golpe de Estado en Trípoli, la capital libia. Detrás de este intento de asonada, sólo se respiran luchas por el poder y el control de los recursos energéticos que no dejan a Libia encontrar un sólo soplo de sosiego.

 

MULTIPLES FOCOS

Un golpe militar en Trípoli, una guerra sin cuartel contra el Estado Islámico en Sirte, al oeste, y otra guerra en Bengasi, al este, el corazón de la frustrada revolución del 17 de febrero, donde un conocido General, Khalifa Kafter, apoyado por algunos países occidentales y del Golfo, y por el clan de poder afincado en Toubruk, mantiene el pulso contra las milicias extremistas de Ansar el Sharía (defensores de la ley islámica).

«Khafter quiere poder y controlar fuentes de petróleo, aunque no es el único. Por eso, intenta resistir aunque con mucha dificultad en Bengasi. Una parte del pueblo en Bengasi, le apoya », explicó a El Periódico, el libio Ahmed Tendredi, un tuareg de la región de Fezzan, al sur del país, que también estalló en un conflicto entre la comunidad tuareg y los toubus, enfrentados por el domino de un territorio que alberga importantes pozos de petróleo y por donde el suculento negocio del crimen organizado (armas,drogas e inmigrantes) alienta la guerra intertribal.

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