Clinton y Trump, una campaña de terror
El duelo entre los dos candidatos más impopulares dispara polarización y tensión
Para más de la mitad de los estadounidenses, el 52% en concreto, las elecciones entre Hillary Clinton y Donald Trump que deben culminar dentro de una semana están resultando una fuente significativa de estrés. El dato lo facilitaba hace un par de semanas la Asociación Americana de Psicología (junto con recomendaciones para aliviar el oficialmente denominado “desorden de estrés electoral”). Y puede parecer anecdótico pero no lo es y ofrece una manera de sacar de la abstracción la tensión que está generando la campaña más divisiva que Estados Unidos ha vivido en décadas, una lucha en un país intensamente polarizado y entre los dos candidatos más impopulares de la historia que, por fin, y para el alivio casi generalizado, se acerca a una resolución.
Con el 8 de noviembre como día definitivo para la cita con las urnas y con Clinton aún considerada como favorita, aunque en los últimos días Trump haya acortado distancias, empiezan a encontrarse titulares como el “Ya casi se ha acabado” que este lunes usaba Politico. Y son frases que recogen el hartazgo con una campaña políticamente triste que ha estado plagada de escándalos y ha sido impredecible y extraordinariamente agria.
Según dos de cada tres sondeados en una encuesta de la Universidad Monmouth, estas elecciones han sacado lo peor de la gente. Ese y otros análisis apuntan también a que la lucha entre dos antagonistas políticos ha exacerbado la polarización del país (47% de quienes apoyan a Clinton dicen no tener amigos que apoyen a Trump y un 31% de los que votarán al republicano no tienen amigos demócratas). Y pase lo que pase en las urnas, EEUU tendrá que enfrentar la realidad de que en su seno vive una ciudadanía desencantada. En el sondeo de Monmouth el 20% expresaba“rabia” con el gobierno. Cuando la palabra es “insatisfacción”, el porcentaje sube hasta el 66%.
AÑO Y MEDIO DE LUCHA
La campaña ha sido también, y en esto no rompe costumbres, demasiado larga. Fue hace más de año y medio, el 12 de abril del 2015, cuando Clinton puso fin a las especulaciones y anunció su candidatura. Aunque tuvo que superar en primarias el inesperado reto de un popular Bernie Sanders, que le ha forzado también a mover hacia la izquierda su agenda política, acabó conquistando la nominación demócrata en su segundo intento tras fracasar en 2008 frente a Barack Obama. Y tras más de 30 años en el ojo público, un equipaje que juega tanto a su favor como en su contra, la exprimera dama, exsenadora y exsecretaria de Estado se ha posicionado ya a un solo paso de convertirse, a los 69 años, en la primera presidenta de EEUU.
Trump, por su parte, hizo su anuncio de que optaría a la presidencia el 16 de junio del 2015, con un ya infame discurso en su torre en la Quinta Avenida en el que metió a los inmigrantes mexicanos en un saco de “criminales, violadores y narcotraficantes”. Y aquello era solo el principio de una de las campañas más heterodoxas en la historia de los republicanos, que sin conseguir aplicar lecciones aprendidas en 2012 se vieron sumidos otra vez en unas superpobladas primarias donde llegó a haber 17 candidatos y donde se impuso, precisamente, un outsider que ha dado a la formación conservadora una sacudida de consecuencias aún impredecibles.
Magnate inmobiliario, estrella de la televisión realidad y fenómeno en las redes sociales, Trump ha empujado como nadie antes las fronteras de la política entendida como espectáculo. Escudándose en la necesidad de acabar con la corrección política, ha llevado a límites desconocidos la relación con la verdad, los datos y los hechos, siendo incluso principal adalid de teorías conspiratorias como que el Obama no nació en EEUU. Ha realizado propuestas incendiarias, ha insultado, ha incitado expresiones de violencia e incluso ha puesto en duda la fortaleza del sistema democrático en EEUU cuestionando que los resultados vayan a ser justos y negándose a confirmar que aceptará el resultado. Y ha sido golpeado por la publicación de un vídeo de 2005 donde alardeaba de conductas de depredador sexual y por más de una docena de acusaciones de mujeres que aseguran que su machismo y su sexismo han sido más que, como dice él, “charla de vestuario”.
Con todo, Trump no está a tanta distancia de Clinton como la lógica habría inducido a predecir. En la media de encuestas a nivel nacional que sigue Real Clear Politics, indicativa de un sentir general más que del camino hacia los 270 votos necesarios en el colegio electoral, el aspirante republicano ha recortado distancias hasta colocarse este lunes solo 2,5 puntos por detrás de Clinton. Y más importante aún es la mejora que ha tenido en algunos de los estados bisagra como Florida, Ohio, Iowa o Georgia, donde se ha puesto por delante de la candidata demócrata, aunque sea por estrechos márgenes.
CLINTON, A LA DEFENSIVA PERO ADELANTE
Para Clinton, no obstante, hay señales de esperanza, incluso después de que este viernes el director del FBI, James Comey, asestara un inesperado y cuestionado golpe a su campaña anunciando la reactivación de la investigación relacionada con su uso de un servidor privado de correo electrónico cuando era secretaria de Estado. Muchos observadores creen que el renacer de un escándalo que persigue a Clinton desde antes incluso de anunciar su candidatura puede dejarse sentir más en las carreras por el Congreso que en la campaña presidencial, aunque haya forzado a los demócratas a ponerse a la defensiva. Y hasta estrategas republicanos como Bruce Haynes han dicho que “no erosionará sus apoyos y más bien permitirá a Trump consolidar parte del voto anti-Clinton disponible”.
Ese voto anti-Clinton es generoso, pues la demócrata enfrenta serios problemas para inspirar confianza en los votantes, alimentados también por las sombras que rodean a la Fundación Clinton por la porosa frontera entre sus donaciones, el enriquecimiento personal y los conflictos de intereses. Pero Clinton cuenta con la ventaja de una campaña mucho más organizada y con más fondos que ha logrado, de momento, mejorar la movilización y participación en el voto adelantado, con el que ya han expresado su elección al menos 21 millones de estadounidenses.