CRISIS EN EL PAÍS CARIBEÑO
Caracas, ciudad escombro
La ciudad, dividido entre barrios chavistas y antichavistas ha quedado marcada por una violencia donde grupos armados aprovechan para imponer su ley
“Llámeme Camacho”, se presenta el hombre y recomienda tener cuidado en el oeste de Caracas. No hace mucho, era conductor de autobuses. Ahora está en paro. Tiene 54 años pero parece tener 70. Le quedan dos dientes que asegura preservar con dignidad odontológica. Votó en las elecciones constituyentes algo incómodo. Dice que está cansado de comer “yuca con mantequilla”, pero que “los otros”, los del este, son revanchistas. Prefiere ampararse en el brumoso recuerdo de un tiempo pasado más benigno. “Con él esto no ocurriría”, dice por Hugo Chávez.
En la avenida Baral, cerca de uno de los cuarteles del espionaje del Estado, una señora se aferra a una esperanza ajena a las urgencias del domingo. Necesita unos “ingredientes” para un conjuro. Los busca en la perfumería “El Cristo”. Nada. Va a la de “El Indio Poroporo”. Cerrada. No podrá realizar el pase mágico para reconquistar un amor perdido. Vive en el barrio Simón Rodríguez, en las colinas de Roca Tarpeya. No piensa votar hasta conseguir lo que necesita.
La avenida Baral presenta un panorama de falsa calma. La gente va a los colegios electorales, se abstiene sin jactancia o resuelve sus necesidades: el pañal para el niño, la medicina para la madre. “Resolver” es el verbo que define a una vida marcada por la escasez. Por estas calles sobrevuela la certeza de que no muy lejos “la cosa está arrecha (peligrosa)”.
Solo es cuestión de atravesar la carretera Francisco Fajardo y tratar de acceder a la avenida Francisco Miranda. Ya en el este, en plaza Francia, en la acomodada urbanización Altamira, se palpa lo “arrecho”. Los vecinos se han vestido de blanco para rechazar “el fraude”. Los más jóvenes –hijos de familias sin contratiempos y, también, aquellos que vienen de los cerros paupérrimos y no tienen nada que perder- se enfrentan a la Guardia Nacional. Cuando sueltan los gases, se dispersan. Tosen. Corren. Insultan. Los que tienen cascos y máscaras le plantan cara a los uniformados detrás de las barricadas y queman neumáticos. También se dispara.
BARRICADAS CON BASURA
Las barricadas se arman con basura, escombros y troncos. Esta zona de Caracas tiene algo de paisaje postapocalíptico. Ana Teresa Torres lo predijo hace once años en “Nocturama”. La novela cuenta la historia de Ulises Zero, un personaje que despierta sin saber quién es ni qué hace en medio de una ciudad sin nombre que se parece a las de las películas “Matrix” o “Blade Runner”. En “Nocturama” hay bandas como los Guerreros del sol y los Guardianes de la Patrias. Las páginas parecen anticipatorias de esta Venezuela en la que afloran grupos armados en defensa y contra el chavismo.
No es sencillo atravesar estas calles cortadas. En algunas esquinas, hay que pagar “peaje” monetario o retórico. “Libertad”, grita Luisa en Dos Caminos, y exige “que se vaya el chofer” (por Nicolás Maduro). “Ellas salen a la calle. Se toman unas selfies y vuelven a la casa donde la espera su sirvienta que ya cambió y alimento a sus hijos y tiene la comida preparada”, las describe Ana, una dirigente de Panal Socialista, que simplfica todo como una guerra de “pobres contra ricos”.
ANTICHAVISMO EN LA ESQUINA
Caracas se exhibe de diversos modos muy contrastantes. Oeste y Este. Calles despejadas y cerradas. Día y noche. Cuando cae el sol, La Esquina, el restorante más chic de la ciudad, se llena de comensales que, horas antes, descargaron su ira contra Maduro. Ubicado en Chacao, la zona financiera de la capital, La Esquina reúne una exorbitante cantidad de antichavismo visceral por mesa. Entre cócteles de Ron Orange y con canela, mojitos con mandarina, bastones de sopa de cebolla, ceviche de pulpo, cazuelas de Cerdo Mechado al estilo Chino, lumpias de cerdo con salsa de ciruela, y cous cous con verdutitas, se brinda por “el fin de la pesadilla”.