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CÓNCLAVE EN PEKÍN

Sin langostinos ni peluquería gratis

La austeridad que predica Xi Jinping ha cambiado las costumbres del Congreso

Un agente de policía permanece junto a una foto del presidente Xi Jinping, exhibida en una exposición sobre los logros de China en los últimos cinco años, en Pekín.

Publicado por
ADRIÁN FONCILLAS
León

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La vida del delegado del partido es más árida con Xi Jinping: las posibilidades de acabar en la trena por corrupción se han disparado y ha desaparecido la barra libre de langostinos durante la semana del Congreso. Un bufé de funcional comida casera sustituirá los banquetes pantagruélicos, han aclarado los organizadores del evento político donde se juntan casi 2.300 representantes. Tampoco verán en los manteles al elitista pepino de mar, un bicho de apariencia y textura desagradables y sabor anodino que muchos consideran aquí un manjar inigualable. Ni siquiera disfrutarán de las bandejas de fruta en sus habitaciones, una restricción que atenta contra los deberes elementales del buen anfitrión en China.

La austeridad ha sido el mantra de Pekín durante años pero ningún líder lo había traducido en hechos. Los delegados no serán recibidos con las pancartas ni adornos florales anteriores. Lo ha desvelado en la prensa local Wang Lilian, encargado de los preparativos en los últimos tres congresos. Tampoco estarán esta vez las elitistas tiendas de regalos en los hoteles y se han terminado los servicios de peluquería, tratamiento facial o sastrería que antes se ofrecían gratis. El delegado tendrá que venir guapo de casa.

Se impone el discurso que defiende el presidente desde que alcanzara el poder en el 2012 y recordara que las dinastías cayeron cuando su diligencia y frugalidad mudó en vagancia y rapiña. Los chinos miran al partido como un nido de arribistas y nadie es más odiado que el político local: sangra las arcas con banquetes y concubinas, explora cualquier camino corrupto, desprecia al pueblo que juró servir y concentra sus atenciones en los superiores que gestionan los ascensos. Esa imagen amenaza la propia supervivencia del partido, ha asegurado Xi Jinping, quien ya ha había órdenes de lavarle la cara a los cónclaves políticos en la capital. Aquella arrogante flota de berlinas negras con cristales tintados aparcada en los aledaños de la plaza de Tiananmen en cada Asamblea Nacional Popular ha sido sustituida por humildes autocares.

Imagen sencilla y cercana

Xi se ha esforzado en cultivar una imagen sencilla y cercana al pueblo. Se le ha visto compartiendo el rancho en un cuartel tras ordenar al Ejército que aprovechase las sobras o comiendo empanadillas al vapor en un restaurante de barrio en Pekín. La guía del comportamiento para los miembros del partido que aprobó en el 2012 prohíbe regalos caros, banquetes opíparos, coches lujosos y cualquier extravagancia en general.

Los pequineses ya sufren la batería de medidas de seguridad habituales en los cónclaves políticos. La plataforma Airbnb y sus equivalentes nacionales han cancelado todas sus reservas en la capital durante la segunda quincena de octubre y hoteles de ciudades a cientos de kilómetros de Pekín se niegan a alojar a extranjeros. Los controles son ubicuos en las entradas del metro y la policía exige la identificación en la calle a todo aquel que lejanamente parezca un emigrante ilegal. Se ha prohibido la venta de tijeras, cuchillos y otros objetos cortantes durante el Congreso y las compañías de venta en línea han retirado todo lo que el Gobierno juzga peligroso. Los drones, avionetas y globos aerostáticos no podrán volar en un radio de 200 kilómetros aunque en esta edición no se ha prohibido que los adiestradores de palomas disfruten de su afición.

Los pequineses solo reconocen una ventaja a los grandes eventos que rutinariamente acoge la capital: tienen asegurados por unos días el cielo azul.