Diario de León

Su primer santo

Los salvadoreños celebran la canonización de 'San Romero de América'

El arzobispo fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979 y fue una de las voces más poderosas en la lucha de la justicia social

Multitud en San Salvador con un poster serigrafiado con la cara de Óscar Romero

Multitud en San Salvador con un poster serigrafiado con la cara de Óscar Romero

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El Periódico
León

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Miles de salvadoreños celebraron la canonización del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, quien se convirtió en el primer santo de El Salvador y Centroamérica luego de ser asesinado por su prédica en favor de los desposeídos durante los años más violentos que vivió su país.

Al ritmo del tañer simultáneo de las campanas de las iglesias católicas en todo el país centroamericano, los seguidores de Romero festejaron rezando y encomendándose al ahora santo para pedirle por sus seres queridos. Estamos agradecidos con el Papa Francisco porque reconoció en Romero su labor pastoral, dijo Manuel Candray, un auditor de 56 años, mientras sostenía una vela en sus manos.

Tras varias décadas de discusión sobre si el mensaje de Romero se apegaba a la doctrina de la iglesia católica o impulsaba a la izquierda, el papa Francisco lo declaró santo, junto con otros seis beatos, incluido el papa Pablo VI, quien nombró a Romero arzobispo de San Salvador en 1977.

La búsqueda de los desaparecidos

Guadalupe Mejía, una activista que busca personas desaparecidas, recordó que en noviembre de 1977 acudió, angustiada, ante Romero para pedirle que la ayudara con la desaparición de su esposo por parte de la fuerza pública.

Romero denunció la desaparición y motivó a Mejía, hoy de 75 años, para que junto a otros familiares de víctimas de violaciones a los derechos humanos, se organizaran para buscar justicia. Me siento contenta y alegre (...) vamos a tener a un santo que hemos conocido y hemos hablado con él, dijo conmovida.

Cientos de seguidores observaron la ceremonia de canonización a través de pantallas gigantes colocadas en la plaza frente a la Catedral de San Salvador, donde Romero pronunció sus homilías. Tendidos en el piso y cantando, los feligreses permanecieron durante horas esperando el acto principal en el Vaticano, que ocurrió durante la madrugada salvadoreña.

Los seguidores aplaudieron, lanzaron globos y fuegos pirotécnicos cuando el Papa Francisco oficializó a Romero como santo. Fue una gran emoción, una gran alegría, es un sentimiento que no se puede explicar, es algo bien bonito que monseñor ya está en el libro de los Santos, dijo Jaqueline Urrutia, una artesana de 45 años, que asistió acompañada de una de sus hermanas en silla de ruedas.

Denunció pobreza y violencia

Desde el púlpito, San Romero de América, como se le conoce en el resto de la región, denunció la violencia y la pobreza en la que estaban sumidos miles de campesinos, un mensaje que le valió numerosos enemigos, sobre todo desde los sectores más conservadores de la política y la Iglesia.

La tarde del 24 de marzo de 1980, un francotirador le asestó un disparo en el pecho mientras oficiaba una misa en San Salvador. Incluso antes de su canonización, la fama de Romero traspasó fronteras: fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979 y, tras su muerte, su cripta se convirtió en un lugar de peregrinación donde han llegado el expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, y los integrantes de la banda Iron Maiden.

No todos festejan

A pesar de su carisma, la figura de Romero aún genera recelo en la sociedad, sobre todo con la llegada al poder de la izquierda del FMLN en 2009, que decidió nombrar una autopista, un aeropuerto y un salón de la Casa Presidencial con su nombre.

Alfredo Cortéz, un militar retirado de 70 años, dijo que las prédicas de San Romero de América alentaron a los campesinos a tomar las armas y eso desencadenó una mayor represión de parte de los cuerpos de seguridad del Estado durante una guerra civil que, entre 1980 y 1992 dejó unas 75.000 víctimas.

Le echó leña al fuego. El Ejército reprimió bastante al pueblo porque él mismo (Romero) le arengaba a que se sublevara al Ejército, que no le tuviera miedo, dijo Cortéz en su vivienda de San Tecla, cerca de la capital. Y, por el otro lado, él también excitaba a la tropa, a la guardia, que no le tuvieran miedo al campesino, agregó.

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