Diario de León

ANIVERSARIO TRÁGICO

Tiananmén, 30 años después

Occidente se acuerda de aquella matanza mientras olvida otras y le otorga dudosos efectos sobre la China actual

Una reproducción inflable del hombre-tanque en la plaza de Taipei (Taiwan) como parte de la exhibición de la masacre de Tiananmén.

Una reproducción inflable del hombre-tanque en la plaza de Taipei (Taiwan) como parte de la exhibición de la masacre de Tiananmén.

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ADRIÁN FONCILLAS
León

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Recuerda vagamente que su madre le habló años atrás sobre un “lío” en la plaza, desconoce que hubo muertos y nunca había visto a ese hombre frente a una columna de tanques que le muestro en mi teléfono. Zhu, de 32 años e inglés fluido, es editora en Pekín de una célebre revista internacional de moda. Pueden imaginarse el experimento en la vasta China rural del interior.

Esta semana se cumple el treinta aniversario de la matanza de Tiananmén con el habitual ejercicio esquizofrénico, tan ubicuo en la prensa occidental como clandestino en la nacional. Quizá el interés venga por la romántica derrota de los ideales frente a las pistolas, la imbatible fuerza icónica del hombre-tanque o por el lirismo de las velas encendidas en el Parque Victoria de Hong Kong. O por la necesidad de Occidente de recordar anualmente el rol de villano global de China. 

No es probable que otras revoluciones igualmente trágicas como las de Maidán en Ucraina  o la del jazmín en Túnez  sean tan glosadas dentro de 30 años. Tampoco México ni Tailandia sufrieron el boicot global por aplastar protestas estudiantiles ya olvidadas. Tiananmén ocupa las portadas hoy como lo hizo en los aniversarios pasados y lo hará en los futuros, da igual que sea un número redondo o no.

 

Tanques chinos camino a la plaza de Tiananmén (Pekín) en 1989. / MANNY CENETA (EFE)

EJEMPLO DE REVOLUCIÓN

El relato subraya la tragedia y minimiza el contexto para desembocar en la alarmista conclusión de que otro Tiananmén es posible mientras siga el mismo partido comunista en el poder. Las referencias a los tanques abundaron antes de que los jóvenes hongkoneses fueran desalojados en el 2015 con pulcritud de las calles que habían ocupado durante un año en la revuelta de los paraguas.

La estúpida terquedad por mantener como secreto de Estado el asunto de Pekín, con su política de comunicación anclada en la Revolución Cultural, ha permitido que ya se hable alegremente de decenas de miles sin aportar ninguna fuente sólida. Las Madres de Tiananmen confirmaron 202 y el médico Nicholas Krystof, que visitó los hospitales pequineses tras la catástrofe, los calculaba entre 400 y 800. Las cuentas más fiables hablan de entre 300 y un millar.

El desastre exigió la derrota de los buenos en ambos bandos. La pulsión severa del primer ministro, Li Peng, se impuso en el partido al diálogo defendido por el secretario del partido, Zhao Ziyang. El 19 de mayo, dos semanas antes del aplastamiento, Zhao visitó Tiananmén y con lágrimas en los ojos suplicó a los estudiantes que se fueran a casa.

Y en la plaza, los líderes sensatos y posibilistas como Wu'er Kaixin o Wang Dan fueron eclipsados por exaltados como Chai Ling, que arruinó cualquier acuerdo y veía imprescindible el reguero de mártires para el éxito de la revolución. Muchos analistas creen que carecieron de cintura y que su tozudez puso en bandeja la cabeza de Zhao a los conservadores.

FICCIONES

Pekín había tolerado la ocupación de su espacio público más icónico durante seis semanas, con la obligada cancelación de la recepción oficial a Mijail Gorbachov incluida, cuando ordenó vaciarla ya con el sector duro a los mandos. China carecía de la policía antidisturbios que gestiona estos asuntos y envió al Ejército. Este fue repelido el 2 de mayo con piedras y cócteles molotov en enfrentamientos que dejaron militares muertos. Dos días después, Pekín envió a los tanques.

 

Manifestación en la plaza de Tiananmén en 1989. / CATHERINE HENRIETTE (AFP)

La Historia ha grapado Tiananmén a la ignominia cuando las muertes no se produjeron en la plaza, ya casi desierta por completo, sino en el puente Muxidi y calles adyacentes. Los hechos están descritos en los documentos desclasificados de la Agencia de Seguridad de la Estados Unidos.

La liturgia sobre Tiananmén, para subrayar su rol seminal de la China actual, exige hablar del pacto tácito que firmaron Gobierno y pueblo de desarrollo económico a cambio de la renuncia de las libertades políticas. La idea de un pueblo firmando un pacto tácito ya exige un esfuerzo imaginativo pero la ignorancia de aquellos hechos la convierten ya en una ficción delirante.

EL RECUERDO EN DISPUTA 

La pelea por el recuerdo es monopolio de los directamente afectados y los disidentes, un gremio tan admirable y heroico como poco representativo. Entre los primeros figuran las llamadas Madres de Tiananmén que perdieron a sus vástagos. “Cuando empecé mi batalla, me recomendaron que la dejara, que aquello ya no tenía remedio, que olvidara, que yo y mi marido éramos idiotas”, decía sobre sus amigos su presidenta, Ding Zilin, en su apartamento a este corresponsal años atrás.

Zhao describió en sus memorias prohibidas a los manifestantes. La mayoría pedían la rehabilitación del líder reformista Hu Yaobang, recientemente fallecido. Acudieron también trabajadores urbanos que habían perdido los beneficios maoístas y estudiantes que querían cambios más vigorosos. Es decir, un conglomerado desorganizado. Pedían reformas posibilistas, menos corrupción y mayores libertades de prensa y otros derechos, pero nada parecido a una democracia al estilo occidental.

Muchas de aquellas peticiones se han logrado gracias al desarrollo económico. No hay una democracia parlamentaria ni se la espera, pero millones de jóvenes estudian en el extranjero, la clase media aumenta cada día y episodios entonces quiméricos como huelgas de trabajadores o funcionarios del partido corruptos que son fulminados por la presión de las redes sociales son hoy habituales. Ese cuadro social hace más dolorosa la represión acentuada sobre la disidencia durante el Gobierno de Xi Jinping.

 

Aglomeración de personas en la plaza Tiananmén en 1989. / CATHERINE HENRIETTE (AFP)

SISTEMA INCUESTIONABLE

China cuenta con decenas de miles de protestas al año pero ninguna ataca al andamiaje del sistema: se protesta por un problema particular, por un líder local corrupto o una fábrica contaminante. Es una verdad incómoda que la ausencia de otras protestas masivas como aquellas no se explica por el miedo a la represión.

Sacrificar los valores democráticos a cambio del bienestar económico suena decepcionante en Occidente pero los chinos encadenaron en un siglo la rapiña colonialista, el imperialismo japonés, el holocausto mental de la Revolución Cultural y la peor hambruna de la historia moderna. El progreso y estabilidad no les suena tan mal.

CALMA SIN LIBERTADES

En las recientes elecciones tailandesas, las primeras en cinco años, el partido más votado fue el de los militares golpistas porque muchos apreciaron la calma social que les ofrecieron tras una década de convulsiones sociales. La comprensión de realidades lejanas exige un esfuerzo por salir de los marcos mentales propios y superar la arrogancia con la que las miramos. 

El colapso inminente que analistas llevan anunciando desde la apertura es aún lejano y en las nuevas generaciones el pragmatismo ha relevado al romanticismo de aquellas semanas de 1989. Wen viste una camiseta de un grupo de rock duro internacional y apura su cerveza en un bar del pequinés barrio de Gulou. Le pregunto por Tiananmén. “Joder. ¿Aún estáis con eso? Sí, sé lo que pasó. Eso ocurrió hace treinta años. Todos los países tienen sus mierdas. ¿Por qué os empeñáis en hurgar en las nuestras?”.

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