OPINIÓN Javier F. Arribas
Arafat o Palestina
Curiosamente hay acuerdo general con el planteamiento, «que tiene puntos positivos» para todos, del presidente de los Estados Unidos, George W. Bush para la resolución del conflicto entre israelíes y palestinos. Una de cal y otra de arena. Estado palestino con fronteras de 1967 y otros contenidos importantes por concretar pero sin Arafat y sus acólitos. Se veía venir y el trueno sonó contra el Rais después de los últimos atentados suicidas en Jerusalén. La decisión está tomada y los europeos están de acuerdo. El gran protagonista de la alocución, el legendario y polémico Yaser Arafat, no se dio por aludido y no concedió importancia a la condición de Bush de «una dirección palestina nueva y diferente que no tenga relación con el terrorismo» para la creación de un Estado palestino dentro de tres años. El Rais puso buena cara al mal tiempo y eso es lo que tratará de hacer a partir de ahora, ganar tiempo porque alguno de sus fieles ha podido facilitar las pruebas que le relacionan con el terrorismo. Y por eso se apresuró a firmar el decreto de convocatoria de elecciones presidenciales palestinas para el próximo mes de enero. Sus portavoces han reivindicado que nadie debe imponer a un pueblo cuales deben ser sus dirigentes. Esta afirmación, imprescindible para unas relaciones internacionales mínimamente respetables y leales, no se corresponde con lo que todo el mundo da por hecho: Arafat o Palestina. La decisión de la verdadera potencia que puede imponer una solución al conflicto es un punto de partida. Arafat ha consumido el crédito. Ni siquiera los europeos han salido en su defensa y parece que el retraso del discurso de Bush estuviera negociado con la Unión Europea para no destrozar la cumbre de Sevilla. El fin de los atentados suicidas era la condición europea para seguir prestando su apoyo político y económico. La Autoridad Nacional Palestina no existiría sin los euros de Bruselas. Ni siquiera Solana, que pidió elecciones libres y justas en los territorios, respaldó al viejo luchador palestino, político de siete vidas, superviviente a múltiples atentados, a un aterrizaje forzoso en el desierto de Etiopía y a una vida de alcoba diferente cada noche por razones de seguridad. Conseguir un sustituto, no será nada fácil. Abu Mazen, secretario general de la OLP, está bien colocado, pero quién sabe.