OPINIÓN Enrique Vázquez
Feliz Día de la Independencia
Los norteamericanos se quejan, con razón tal vez, de que en Europa no se ha interiorizado bien, a fondo, el shock que supuso para su sociedad la jornada del 11 de septiembre pasado y por eso reciben con alguna reticencia las exhortaciones al olvido y la normalidad: este jueves es Cuatro de Julio, Día de la Independencia, fiesta nacional, y la jornada es, en estas circunstancias, un test. Europa se volcó en solidaridad político-militar (fue activado por vez primera el mecanismo de la OTAN en defensa de un socio agredido) pero a renglón seguido, pasado un poco de tiempo, se privilegió más la crítica a lo que pareció una deriva antiterrorista poco o nada matizada, la reticencia ante la cruzada mundial emprendida por Washington con repercusiones poco edificantes, como el colosal incremento del gasto militar. Pero hoy el tono es de sincero deseo de un principio de recobrada normalidad. El presidente Bush parece haberse convencido de que tal tendencia es preferible, incluso en términos prácticos, a la inquietud permanente, la alerta y la desconfianza. La Casa Blanca ha terminado por pedir a la gente que desafíe la potencial amenaza terrorista concurriendo a las fantásticas sesiones de fuegos artificiales que, como la legendaria de Nueva York, reúnen tradicionalmente alegres multitudes. O llenando las playas y los parques con los picnics de rigor. Es lo mejor. ¿Y si se produce el letal atentado de que tanto se habla? Incluso en esa hipótesis, el cuerpo social habrá acertado con el intento de la mayoría de vivir del modo más convencional y rutinario posible. El conato de histeria pública suscitado tras la tragedia fue animado por altos representantes del gobierno y no siempre sin contrabando político: al servicio de objetivos ideológicos precisos y con una (eventual) explotación incluso electoral. Todo eso debe cesar y un Cuatro de Julio feliz y normal ayudará.