Diario de León

OPINIÓN Fernando Jáuregui

Las pruebas contra Sadam

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El clima internacional empeora de semana en semana. El tiroteo periodístico se incrementó ayer domingo, de la mano de un periódico británico que adelantaba parte del contenido del que será el «informe Blair», el informe que el primer ministro británico prometió para demostrar las implicaciones de Sadam Husein en la sucia guerra terrorista. Según este periódico, The Sunday Telegraph, Irak entrenó a dirigentes de Al Qaida. También ofrecerá Blair, parece, fotografías de instalaciones cercanas a Bagdad donde se producirían armas químicas y biológicas. Hace dos días, algún medio de comunicación alemán informaba de que Sadam cuenta con aviones sin piloto, capaces de arrojar estas armas biológicas a muchos miles de kilómetros de Irak, aunque parece que tales noticias ya tienen un desmentido, o, al menos, carecen de una paternidad lo suficientemente constatable. Ya se sabe que, ante las guerras, la primera víctima es la verdad y la segunda, o la primera ex aequo, la libertad de expresión. Los ciudadanos occidentales tenemos derecho a sospechar que no todo ha sido juego limpio en las informaciones que nos han ido llegando sobre Al Qaida, sobre los vídeos que han ido encontrándose como perdidos en territorio afgano, sobre el paradero y las andanzas de Bin Laden. Puede que algunos silencios televisivos, algunas carencias de imágenes, estén justificados, porque la guerra contra los talibanes estaba en principio justificada. Pero todo ello nos instaló una cierta sospecha en el alma: sabemos que los talibanes ocultaban muchas cosas y no son precisamente los campeones de la prensa libre. Lo mismo que Sadam, prototipo del censor entre otros pecados aún mucho más graves. Pero nosotros tenemos, al menos, el derecho a cuestionarnos algunas de las cosas que se nos dicen, aun conociendo los riesgos que corren, en estos tiempos de consignas, quienes pretenden indagar en la verdad. Parece obligado decir que Sadam, el nombre que nuevamente estará en todos los titulares esta semana, es un tirano cruel con su pueblo y con los vecinos. Pero también debemos exigir que esas pruebas que puedan presentar Blair, un político que cuenta con una importante carga de credibilidad, o Bush, que no la tiene en tan gran medida, sean tan contundentes que no dejen a las Naciones Unidas otra opción que poner a Bagdad seriamente ante sus responsabilidades. Y debemos también pedir que los aliados, el propio Aznar entre ellos, se tomen algunos momentos de reflexión antes de embarcarnos en un conflicto que podría, esta vez, tener unas repercusiones especialmente serias. Hasta que eso no ocurra, hasta que no se aporten las pruebas irrefutables de las intenciones belicistas del régimen iraquí, es de temer que vamos a encontrarnos ante una nueva guerra de papel y de imágenes de televisión: todos contra Sadam de todas las formas posibles. Frente a esto, voces moderadas, que, como la de Sir Michael Howard, presidente del poco sospechoso Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, dicen que el derecho a la ir a la guerra contra cualquier nación que en el futuro pueda representar un peligro es «una innovación demoledora que pone en entredicho todo el sistema de derecho internacional». Voces moderadas que, por supuesto, como ocurre ante toda contienda, es de temer que van a clamar en el desierto. Si es que pueden seguir clamando.

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