Líderes demócratas y republicanos quieren destituir a Trump
La enmienda 25 facilita la posible salida anticipada del presidente de la Casa Blanca
La buena noticia es que Joe Biden ha conseguido la mayoría demócrata en el Senado que le permitirá avanzar con confianza en sus reformas durante la nueva legislatura. La mala es que ocupará la Casa Blanca a finales de este mes como el capitán de un barco torpedeado. Y lo que es peor, torpedeado por fuego amigo. Por una fracción de la sociedad estadounidense que el miércoles asumió las arengas de Donald Trump y asaltó el Capitolio de Washington en una revuelta saldada con cuatro fallecidos, uno por disparos de un policía del Congreso. Pero también por un colectivo más amplio y mucho menos exaltado, el del 70% de votantes republicanos que no vio «amenazada la democracia» con lo ocurrido o, sobre todo, el 45% dentro de este grupo que dice respaldar los hechos, según una encuesta divulgada en las últimas horas.
«La mayor parte de lo que vimos fue magnífico», manifestó Ben Bergquam, reportero de Real America’s Voice, un pequeño canal online ultraconservador que, como otros en la misma órbita, consideró que los disturbios «son lo que sucede cuando te roban unas elecciones». Incluso algunos aludieron a la infiltración de ultraizquierdistas en los enfrentamientos más violentos.
Durante la campaña electoral, Biden ya dijo que su misión prioritaria será unir a un país dividido en el transcurso de cuatro años de presidencia de Donald Trump, una labor de forja cuyo resultado es un estilo de mando, el trumpismo, cuyo progresivo tensionamiento alcanzó su máxima expresión con el asalto del Capitolio.
No debe ser fácil para un presidente que el Congreso le confirme como tal -una vez validados los votos del Colegio Electoral- en medio de un desmoronamiento institucional sin precedente, que incluso países como Rusia o Irán han calificado de muestra de «debilidad democrática». Es algo inédito en la historia estadounidense, sobre lo que el presidente entrante quiere pasar página con una llamada a la educación y caballerosidad política —para algunos analistas, una petición que llega tarde y resulta un tanto retrógrada ante una población que quiere hechos que le resuelvan la caída de los ingresos, el desempleo y la creciente crisis del coronavirus—, pero también con dosis de acción. Con el camino libre a la investidura el próximo 20 de enero, tiene la intención inmediata de presentar planes de gobierno y a los cargos que quedan por darse a conocer de su Administración, según reveló su equipo, para recalcar que el Nuevo Gabinete ya está listo y a la altura de las difíciles circunstancias americanas.
Si al nuevo mandatario le aguarda un futuro complicado para coser la grieta abierta en el país entre demócratas y republicanos —y, sobre todo, republicanos-trumpistas—, el presidente saliente tampoco va a disfrutar del final de mandato digno que hubiera esperado tener algún día, pese a contra aún con el apoyo de millones de estadounidenses que le votaron y que todavía hoy siguen creyendo en su precepto de ley y orden o su inexistente teoría del fraude electoral. Sin embargo, su arenga a los simpatizantes antes del asalto al Congreso ha hecho saltar las alarmas y el hartazgo.
Trump afirmó ayer que facilitará una «transición política», pero a su alrededor crece la idea de que es necesario controlarle para evitar futuros disparates como el que el miércoles provocó un estupor mundial.
A las peticiones de un centenar de representantes demócratas para que sea expulsado del Despacho Oval invocando la vigesimoquinta enmienda de la Constitución o un proceso de ‘impeachment’ —ya hubo un intento a principios del año pasado y fracasó-, se unieron ayer las de algunos líderes republicanos, que reconocen estudiar la posibilidad de suspender a su compañero de filas mediante el artículo constitucional que autorizaría su destitución. Resulta especialmente reveladora la reprimenda al representante de Texas Ted Cruz por parte de reconocidos ultraconservadores al todavía defender la anulación de las elecciones durante la sesión de confirmación de Biden, ya después de los disturbios y conocerse que había cuatro fallecidos. «No cuenten conmigo, ya es suficiente», exclamó Lindsey Graham, senador por Carolina del Sur. Partidario de Trump desde el principio, Graham reclamó al vicepresidente Mike Pence que «termine con todo esto», pues su jefe de filas «no lo hará». «Se acabó. Joe Biden y Kamala Harris han sido elegidos legalmente», enfatizó .
La confrontación republicana es parte de lo que se conoce como efecto dominó. Un hecho desencadena consecuencias. Y a mayor gravedad del primero, peores y más amplías las segundas. Analistas y distintos sectores políticos y sociales se preguntaban ayer cómo es posible que cientos de individuos, muchos armados, allanaran y causaran graves daños en el epicentro físico de la democracia estadounidense.
Y a solo unos centenares de metros, con el recuerdo fresco de los botes de humo y los gritos, la Casa Blanca registró una cascada de dimisiones de altos cargos, entre ellas las del consejero adjunto de Seguridad Nacional, Matt Pottinger. -su superior, Robert O’Brien, estaría sopesando presentar también la carta de cese-, la secretaria social de la Administración, Anna Cristina Niceta, y Stephanie Grisham, jefa de gabinete de Melania Trump, además de Mick Mulvaney, exasesor de Trump y actual enviado a Irlanda del Norte. Es más, Mulvaney declaró que conoce a directivos que «han elegido quedarse porque les preocupa que el presidente elija a alguien peor».
Trump ha sido vetado en las redes sociales por incitar a una «insurrección» que generó 23,46 millones de tuits, unos 430 por segundo, seis veces más de los que circularon en el tramo final de las elecciones de 2016. El tráfico digital este jueves había disminuido. Desconectados de la retórica de Washington, muchos volvían a concentrarse en cómo llegar a final de mes.
La presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, pidió ayer al vicepresidente de EE UU, Mike Pence, que invoque la vigesimoquinta enmienda de la Constitución para destituir al presidente, Donald Trump. En caso contrario, sugirió que el Congreso podría comenzar un proceso de juicio político (el ya conocido ‘impeachment’), aunque probablemente ninguno de ambos tendría consecuencias más allá de las éticas o vergonzantes, ya que Trump deberá dejar su cargo en pocos días.
Por su parte, los expresidentes norteamericanos Jimmy Carter, George W. Bush, Bill Clinton y Barack Obama condenaron el asalto al Capitolio con palabras como «vergüenza» y «tragedia nacional» y acusaron a Trump de haber encendido la «mecha» de la insurrección. «La historia recordará la violencia de hoy en el Capitolio, alentada por un presidente que mintió incansablemente», dijo Obama. «No es lo que somos como nación», destacó Carter.
EL PLAN DEL ASALTO
Fue la crónica de una revuelta anunciada. Mucho antes de que el mundo se pegara a las pantallas para seguir en directo la sublevación de los trumpistas, las imágenes del Capitolio ya llevaban ocho meses en la web. Pero no las del Capitolio de Washington DC, sino las del Capitolio de Michigan, donde los fanáticos del presidente ensayaron la toma en pleno confinamiento tras leer su consigna en las redes sociales: «¡Liberad Michigan!», tuiteó el mandatario.
El plan, no hay que olvidarlo, incluía también secuestrar a la gobernadora, juzgarla sumariamente en un zulo y ejecutarla «por sus crímenes contra la Constitución», declararon los detenidos. Que nadie se de por sorprendido si ese plan abortado por el FBI se extrapola un día a la escena nacional. El asesinato de Biden arroja ya 60 millones de resultados en Google y todavía ni siquiera ha sido investido presidente. Su mejor seguro de vida es haber elegido a Kamala Harris como sucesora, porque las milicias de ultraderecha no soportarían dar el poder a una mujer negra.
Los verdaderos instigadores de la revuelta no estaban el miércoles en las calles saltando barricadas y rompiendo las puertas y ventanas del Capitolio, sino dentro, sentados en los asientos del Congreso donde han dado alas a las acusaciones de fraude del presidente por sus propios motivos personales. Son, como escribía el académico Lawrence Douglas, profesor de Derecho, Jurisprudencia y Pensamiento Social en Amherst (Massachusetts), «productos de universidades de élite como Yale, Harvard o Princeton». Sus señorías eran «totalmente consciente de que Trump ha perdido las elecciones pero por oportunismo han elegido aliarse con él para asestar un ataque potencialmente mortal a la democracia».