Diario de León
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León

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La imagen es casi ridícula: un policía asustado tratando de contener a un grupo de ‘hillbillies’ mayoritariamente barbudos que avanzan incrédulos hacia el interior del Capitolio. Ni ellos parecían dar crédito a la que estaban montando.

Una turba formada por individuos acostumbrados a ser siempre los últimos ocupaba el corazón mismo del imperio, el centro del poder en el país más poderoso en la historia de la Humanidad. ¿Cómo es posible que ocurra esto en una nación donde, además, la seguridad es casi una obsesión, donde se desarrollan los mecanismos de defensa más sofisticados? Una nación que incluso está en alerta permanente porque convive con la amenaza terrorista cada hora de cada día.

Se va a hablar mucho de esto. En principio todo parece indicar que ha habido una combinación de imprevisión, negligencia y apatía. Por no mencionar que el instigador del tumulto, Donald Trump, sigue siendo el presidente de Estados Unidos, con la consiguiente autoridad para influir en las decisiones delicadas que afectan al país. Y estamos ante una de ellas: militarizar la capital. O no.

Los analistas comienzan recordando que la arquitectura competencial en Washington DC tiene sus particularidades ya que es una entidad diferente a los cincuenta estados y depende directamente del Gobierno federal. Y dentro del Parlamento la situación es aún más particular porque la competencia de su seguridad corresponde únicamente a la Policía del Capitolio. Ni el ejército, ni la Guardia Nacional ni la Policía de la ciudad tienen acceso a estas instalaciones. Así que no resulta extraño que un cuerpo policial acostumbrado fundamentalmente a gestionar colas de turistas se viese desbordado. Es más, alguno de los agentes veía con simpatía a los alborotadores, sacándose selfis incluso.

El problema, por consiguiente, estuvo fuera, donde nadie hizo nada para contener a la muchedumbre en su tránsito hasta la sede del Legislativo.

Parece que las autoridades se confiaron, cosa que sorprende. Conociendo la capacidad incendiaria de Trump y los ímpetus primitivos de sus seguidores más radicales, cualquier cosa podía suceder. La protesta estaba convocada a un kilómetro del Capitolio, sí. Pero es una distancia mínima para gente que se había acercado desde los rincones más remotos del país.

El aún presidente sólo tuvo que encender la mecha para que sus fieles avanzasen hacia donde, según sus tesis locas, se consumaba el fraude electoral que convertiría a EEUU en un estado soviético.

Cuando el Congreso ya había sido violado, el Pentágono sí activó a todos los reservistas de la Guardia Nacional en el Distrito de Columbia (unos 1.100 soldados), y el gobernador de Virginia envió a 200 agentes estatales para contener los disturbios. Pero el daño estaba hecho y la que se considera a sí misma la mayor democracia del planeta había sufrido una de las más dolorosas humillaciones de su historia. Más aún cuando ha sido infligida por su propia gente, lo que algunos llaman ‘white trash’: blancos pobres espoleados, encima, por el mensaje violento de su propio presidente.

Hay una derivada que está encendiendo aún más los ánimos y es la llamativa diferencia entre el blindaje al que se sometió Washington durante las protestas del movimiento Black Lives Matter hace medio año, y lo de ayer. También entre la actitud policial cuando se producen altercados protagonizados por afroamericanos, y la desplegada en este caso. Lo dijo muy bien Doc Rivers, el entrenador del equipo de la NBA Philadelphia 76ers: «¿Te imaginas lo que hubiese sucedido si los que asaltaron el Capitolio fueran negros?».

Lo que hay, sobre todo, son preguntas. «¿En qué demonios estaba pensando la Policía para no asegurar el Capitolio?», clamaba Leon Panetta, exdirector de la CIA y exsecretario de Estado de Defensa con Barack Obama. «Todos sabían que habría disturbios». Pero no sería justo cargar con toda la responsabilidad a los cuerpos policiales. El excomisionado del departamento de policía de Boston apuntó que debe haber «voluntad política para poner los recursos en su lugar para detener lo que claramente debería haberse visto. Este es el resultado de una falta de voluntad política para controlar un intento de insurrección».

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