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Donald Trump y su esposa Melania dejan la Casa Blanca. AL DRAGO

Publicado por
León

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En la gran fiesta de despedida de Donald Trump ayer hubo 21 salvas de artillería que salieron de cuatro cañones, atril con el Air Force One de fondo y alfombra roja en la Base Andrews en Maryland. A las ocho y cuarto de la mañana, antes de salir sonaba ‘Don’t stop believin’ de Journey, curiosamente la misma canción que acompaña la última escena de ‘The Sopranos’, la serie de un mafioso de Nueva Jersey y su familia.

La canción animaba a los escasos asistentes, sus últimos incondicionales. Destacaba esa parte familiar que ha gobernado con él. Ivanka con Jared Kushner, Eric, Donald Jr. y Tiffany. Las hijas lloraron. Cuando él se acercó a saludarles, se podían leer los labios de quien le besaban: gracias, te amamos.

En su breve discurso de unos diez minutos, Trump no mencionó ni una sóla vez a su rival por su nombre. Defendió sin demasiado ahínco su gestión de «cuatro años increíbles». «He trabajado duro», garantizó, y señaló a la pandemia como responsable de la caída de la economía. Su ego, sin embargo, estaba intacto y su insistencia en el fraude también.

«He batido el récord de votación», mantuvo, sin decir que el candidato demócrata había subido el listón. También acudió a la provocación: «Volveremos pronto, de alguna forma».

Trump enumeró rápidamente sus logros, entre los que se contaba la creación de una «fuerza espacial» y el nombramiento de una mayoría de jueces conservadores. No hizo autocrítica ni gesto alguno para enmendar el desaire al nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Estaría acercándose a Florida cuando los expresidentes norteamericanos entraron a la ceremonia de investidura de Joe Biden. Al lado del todavía presidente, Melania Trump se mantenía a su lado con un elegante traje negro e inmensas gafas negras a la hora de subir las escaleras del avión presidencial. Ambos lo hicieron lentamente, acompasados, para pararse a saludar por última vez antes de abandonar Washington. En un gesto galante, él le dio instrucciones para que entrara primero. Unos minutos después, subió la familia presidencial, que le acompañaría en esta escenificación. Hijos, hijas y yernos y nueras. Más tarde, Ivanka escribiría: «He tenido el honor de mi vida de servir nuestras nación como asesora del presidente».

CASI EN SOLEDAD

El vuelo duró casi tres horas y algunos medios locales aseguraron que Trump, en ese vuelo que iba poco a poco despojándole de poder, no visitó la cabina. Sin embargo, Melania cambió de ‘look’ de forma radical, como si la presurización aérea la hubiera liberado de una gran carga. Del negro absoluto pasó a un vestido colorido y largo, de rombos rojos y círculos naranja sobre blanco. Conservaba, no obstante, las grandes gafas de sol y los mismos zapatos, que no combinaban.

Tras el fragor de las turbinas, quedaba otra advertencia de Trump, como un campeón de boxeo derrotado que se lame las heridas mientras alzan el brazo a su retador: «Estaré alerta».

Una hora antes del discurso de investidura de Biden, el avión presidencial aterrizaba en Florida. El ruido de su partida contrastó con el silencio que reinó desde su fiesta de despedida. Demoró el dejarse ver, mientras sus seguidores, apostados a lo largo de un bulevar cercano a su residencia, se mantenían a la espera con algunas banderas y carteles.

La caravana presidencial, compuesta por al menos ocho grandes y negras camionetas, avanzó desde el aeropuerto por Southern Boulevar hasta su domicilio. En el quinto vehículo blindado negro, con una gran sonrisa y los cristales cerrados, Trump saludaba a sus seguidores con el puño cerrado. Seguía con su corbata roja. Hizo el trayecto lentamente. Ya no es presidente desde hace 20 minutos. Todavía levanta algunos gritos de una multitud que no alcanza a llenar las aceras.