OPINIÓN Javier Fernández Arribas
Amenaza constante
Nadie está a salvo. Ese es el objetivo que quiere conseguir la mente delirante que es capaz de ordenar la ejecución de un atentado tan salvaje como el de la isla de Bali. Con el terrorismo indiscriminado se pretende crear una psicosis internacional de terror y que todos sintamos una amenaza constante. Inestabilidad y desconfianza que, además, no facilitan la recuperación de la economía. El problema es que puede llegar a ser una realidad, que una buena parte del modo de vida de millones de personas se vea condicionado por el riesgo de ser víctima de un atentado terrorista. El golpe asestado en la paradisíaca y turística isla de Bali tiene varias repercusiones. La muerte horrible de más de 180 personas, una masacre de grandes proporciones que causa pavor e indignación. El daño al sector turístico de Indonesia, una de las principales fuentes de ingresos del país musulmán más poblado con 225 millones de personas. La advertencia al propio gobierno de Yakarta de la determinación del grupo islamista Yemah Islamiah, considerado el brazo de Al Qaeda en ese país, de ser algo más que una preocupación que exige una actitud islámica más militante en la región. Y la demostración de que cualquier ciudadano occidental es objetivo de unos terroristas organizados que no se conforman con haber derribado las Torres Gemelas de Nueva York y destruido una parte del Pentágono. En Túnez murieron seis ciudadanos alemanes en un atentado contra una iglesia, un petrolero francés fue destruido frente a las costa de Yemen, un joven finlandés se convierte en terrorista suicida y mata a siete personas en un centro comercial de un barrio de Helsinki. La zona de diversión de Bali salta por los aires por dos grandes explosiones causando una orgía de sangre y destrucción entre ciudadanos australianos, británicos, franceses, alemanes, suecos y neozelandeses. Estos son los atentados más relevantes de los últimos meses. Luchar contra esa organización asesina que prostituye el Islam para su propio beneficio y utilización partidista y sanguinaria es la obligación y el desafío de todo el mundo libre. La obsesión de Estados Unidos por Sadam Husein sólo distrae recursos y crea divisiones. La operación en Afganistán no fue ni mucho menos un éxito, ni está acabada, porque el entramado internacional creado por Bin Laden está más que operativo y con una demencia y eficacia aterradoras.