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Publicado por
León

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Un gran aplauso se desató cuando los pequeños ataúdes blancos son depositados ante el altar. Con cada uno de ellos, llevados por soldados uniformados entre la multitud, los afligidos asistentes aplaudieron dando un último adiós casi a regañadientes. En 26 ocasiones, madres y padres del pueblo de San Giuliano di Puglia repiten el ritual hasta que los 26 ataúdes blancos quedan perfectamente alineados ante el altar. Entonces llegan los sarcófagos marrones, más grandes, de los adultos fallecidos. Los rostros de los presentes son serios y reservados. Los vecinos habían expresado su deseo de una ceremonia sencilla, sin pompa. La lectura de los nombres de los pequeños se hace eterna y tortuosa: «Maria, Luigi, Elisa, Luca, Domenico...». Se habla ya de ellos como los «ángeles de San Giuliano». El sacerdote no lo tiene fácil. Cada uno de los habitantes de San Giuliano di Puglia sabe que la catástrofe era evitable. El obispo Tommaso Valentinetti habla de la «misericordia del Señor», de la muerte y la resurreción y una y otra vez de indulgencia. Seis, siete y ocho años tenía la mayoría de los niños que murió bajo el tejado de su escuela. Toda una promoción perdida, la de 1996. «Un único instante nos separó para toda la vida», escribieron los niños, que sobrevivieron a sus amigos, en una carta que fue leída durante la misa. «Estaréis para siempre en nuestros corazones. Ciao».