Cuatro niños mueren de hambre en Argentina, uno de los principales productores cerealísticos
Es difícil de entender, es casi una paradoja siniestra que indica que el año próximo Argentina tendrá una cosecha récord de soja y se convertirá en el primer productor mundial del grano más nutritivo; y es el mismo país donde los niños se mueren por desnutrición. Sí, es difícil de entender si uno está fuera de este territorio donde la corrupción es capaz de tomar las formas más crueles, incluso la de usar los fondos destinados a la salud infantil para pagar campañas políticas o simplemente para depositarlos en las cuentas bancarias de los funcionarios de turno. El mundo se estremeció con la noticia de cuatro niños muertos y miles en estado de desnutrición aguda en la provincia de Tucumán, al noroeste de Argentina, el más pequeño de los estados del país y una zona montañosa y selvática. Ahora todos quieren hacer algo. Ministros que ponen en marcha planes de salud de emergencia, candidatos que acusan al Gobierno y proponen soluciones fantásticas si ganan las elecciones, pero el daño ya está hecho, los niños ya están en el cementerio y dejan atrás historias de pobreza y miseria que indignan. La historia conmueve a Argentina y al mundo. Las familias de Héctor Nicolás Dibenedetti y de Miriam Alejandra Campero, dos de las criaturas que murieron de hambre en los últimos días en la provincia de Tucumán, están consternadas. Pero no pueden tomarse demasiado tiempo para el duelo. Tienen más hijos que corren el mismo peligro. «No sabemos qué hacer. Yo tengo una nena en el mismo estado del que se me murió. El médico le dio el alta, pero no la veo bien», relató Roxana Dibenedetti, mientras sostiene en brazos a Milagros, la pequeña de 6 meses que pesa sólo 2,800 kilos. La familia vive en la extrema pobreza en la zona conocida como Triángulo 2, en Villa Carmela, justo al lado de las vías del ferrocarril. Roxana no trabaja. Debe atender a los tres hijos que le quedaron vivos. Su pareja, Claudio Albornoz, hace arreglos como albañil.Pero en la misma zona, otras cien familias sufren los mismos problemas. «Nicolás se murió de un día para otro. Creíamos que estaba bien, pero amaneció muerto», explicó la joven, angustiada. Nicolás acudía cada día al jardín de infantes, en Villa Carmela. «Ahí le daban de comer. La maestra está destrozada», contó Liliana Alvarez, la tía del pequeño. «Aquí todos necesitamos ayuda. Creo que no hay que esperar que se muera un angelito para que el Gobierno se acuerde de nosotros», afirmó.