Viaje a una guerra a las puertas de Europa
Cruzar la frontera desde Polonia a Ucrania supone realizar casi en solitario el camino inverso al que han hecho miles de ucranianos huyendo de la guerra
«¿No tienes miedo de entrar en Ucrania?», es la única pregunta que formula la agente polaca del control de pasaportes en Madyka, el puesto fronterizo que separa Polonia de Ucrania. Más de 100.000 ucranianos han cruzado por este mismo lugar desde el inicio de la guerra, pero en dirección inversa. La entrada a Ucrania está vacía, la salida, colapsada. Tras superar el lado polaco, hay que recorrer a pie una corta distancia por un pasillo cercado por una valla metálica hasta el lado ucraniano. En el control de pasaportes solo se ven soldadas, ningún hombre a la vista. «¿Vienes a luchar? ¿Llevas un fusil?», pregunta la encargada de revisar los pasaportes al ver la funda del trípode. Una pregunta que habrá repetido en decenas de ocasiones en las últimas horas porque Madyka se ha convertido en el principal punto de acceso para la prensa internacional que acude a cubrir el conflicto.
Tras comprobar que no es un arma, la agente repite veinte veces el mismo gesto. Abre el pasaporte y va desde la foto a la cara del recién llegado, como un escáner. Cuando se cerciora de que la fotografía se corresponde de verdad con la persona que tiene delante, le extiende el documento al periodista y le da la bienvenida a su país. El siguiente en la cola es Eugeni, que ha volado directo desde España para reunirse con su familia. «Quiero volver a Torrevieja lo antes posible, este país no es un lugar seguro», comenta antes de mostrar sus dos pasaportes a la agente de turno. Una de las libretas es de Ucrania y la otra de Bielorrusia, un país aliado de Rusia y un problema que le obliga a pasar más tiempo que al resto en el control de seguridad. Superados los trámites, una soldado escolta a los recién llegados hasta la puerta principal del puesto fronterizo. Un lugar que es la frontera entre la seguridad y la guerra. Una puerta que es el acceso directo a Europa. Al deslizar el enorme portón metálico aparece al otro lado un mar de seres humanos, entumecidos por las bajas temperaturas, cabizbajos, silenciosos y a la espera de la orden de la militar para poder ir accediendo al paso salvador en grupos reducidos. Ese mar de civiles que espera llegar a esa portón metálico se convierte de inmediato en una serpiente kilométrica de coches, furgonetas y autobuses. Sorprende el orden y la resignación. No hay gritos, no hay empujones, no hay cláxones. Solo silencio y la mirada fija en dirección a Europa.
«Bienvenido a Ucrania», reza un cartel con letras amarillas en fondo azul, los colores de la bandera nacional. Todos los vehículos están en dirección a. Polonia y toca caminar y caminar a la espera de encontrar algún coche que vaya hacia el oeste. Algunos de los autobuses que han llevado a civiles, sobre todo mujeres y niños porque los hombres entre 18 y 60 años deben alistarse en el Ejército, regresan llenos, pero solo hay espacio para combatientes. Son jóvenes que han vuelto a Ucrania para defender a su país, o algunos no tan jóvenes que han intentado salir y las fuerzas de seguridad les han cerrado el paso. Sin transporte público ni taxis a la vista hay que confiar en que alguien pare y ese alguien es finalmente Sergei, un joven pintor que desde el estallido de los combates ha dejado la brocha y conduce su Volkswagen Passat cada día desde Ternópil a la frontera para llevar a civiles que quieren salir del país. «Yo empleo una ruta alternativa, por caminos rurales, y así no tengo que esperar horas y horas de cola», explica mientras enciende un cigarro y acelera a fondo. En la radio informan del posible diálogo en Bielorrusia para alcanzar una tregua, de los combates en Jarkov, de los problemas en el centro de Kiev. «guerra, guerra y guerra, Rusia quiere acabar con Ucrania, Putin desea reestablecer la URSS y Europa nos ha dejado solos para frenarle», lamenta este conductor voluntario que decidió hacer esta labor el día que llevó a su mujer e hija a la frontera, justo en la segunda jornada de bombardeos. Ahora su familia está a salvo en Suecia, país en el que vivieron varios años.
Al atravesar la localidad de Motyska, del balcón de uno e los edificios públicos cuelgan las banderas de la Unión Europea, Ucrania y la de Organización de Nacionalistas Ucranianos, que es como la enseña nacional, pero con rojo y negro en lugar de azul y amarillo. «Esa es nuestra auténtica bandera. Vierte unas gotas de sangre sobre el azul y el amarillo y ¿qué sale? Una bandera en negro y rojo, la auténtica enseña de los ucranianos», explica orgulloso Sergei, que no levanta el pie del acelerador y conduce dando volantazos constantes para evitar los agujeros en el asfalto, «y eso que Putin no ha bombardeado de momento esta parte del país», bromea para describir el estado de la carretera.
La ciudad del León
El acceso a Leópolis es complicado porque las fuerzas de seguridad han levantado un puesto de control en el que se inspecciona vehículo a vehículo. La sexta ciudad de Ucrania es también la auténtica joya turística y cultural del país y el bastión del ultranacionalismo, la ciudad del león ve cómo la guerra avanza hacia sus puertas y sus ciudadanos se arman para defenderla. Está a tan solo 85 kilómetros de la frontera con Polonia y es el lugar de paso obligado para los miles de ucranianos que huyen de la violencia y de bienvenida para los que acudimos a cubrir esta guerra.