Medicamentos españoles para enfermos crónicos
Los primeros medicamentos españoles distribuidos por la Ong Misión Járkiv, fundada por Rostislav Filippenko, de 32 años, un ucraniano con pasaporte español, llegan a Petropavilivka, una aldea situada a 76 kilómetros en línea recta de Járkiv, la capital regional, después de conducir por carreteras secundarias e intransitables y recorrer cincuentas kilómetros más en el doble de tiempo.
Irina, la enfermera de atención primaria y enferma oncológica, nos espera a la entrada de la aldea que no fue destruida por los rusos porque su máximo responsable político colaboró durante la invasión de febrero. Hasta octubre toda el área estaba bajo la ocupación rusa. Una contraofensiva relámpago lanzada en setiembre por el ejército ucraniano permitió recuperar una gran parte del territorio ocupado.
La misión es entregar casa por casa medicamentos a enfermos crónicos y oncológicos. Una niebla matutina bajo una temperatura de cero grados riega el paisaje con un toque fantasmagórico y al mismo tiempo idílico. Apenas hay personas paseando por las calles. El humo que sobresale por las chimeneas indica qué casas están habitadas.
Nina está enferma de tiroides y vive con su marido en una casa de doble piso cerrada por un vaya metalizada de un bonito color azul. Sale a la puerta y recibe por primera vez unas medicinas que le son imprescindibles.
«Mi hija se marchó a Polonia hace siete años y mi hijo está sirviendo en el ejército ucraniano en Járkiv. Hace más de un año que no veo a mis nietos que viven en Ucrania y más de tres años a los que están fuera de nuestras fronteras», explica emocionada. Afirma que se escuchan explosiones cercanas de cuando en cuando. «Los rusos atravesaban el pueblo pero nunca nos molestaron», asegura.
El botín abandonado
A lo largo del camino desde Járkiv, una gran parte de los campos de tierra negra está sin cultivar. Ucrania, gran productor agrícola, conocido como el granero de Europa, atesora una cuarta parte mundial de este tipo de suelo negro conocido por su nombre técnico ‘chernozem’ (que significa tierra negra), que es muy rico en potasio, fósforo y microelementos.
Muchas cosechas de maíz y girasol no recogidas durante los combates ya han sido destruidas por las heladas. Hay naves bombardeadas y quemadas y muchos tractores están parqueados a la espera del regreso de los campesinos que huyeron tras la invasión.
Fedor está enfermo de diabetes y vive con su mujer. Los perros ladran tras la valla y un muro verde de dos metros de alto que protege su casa. Se alegra de la entrega a domicilio de sus medicamentos y al preguntarle qué necesitan para pasar el invierno responde lacónico: «Cobrar la pensión de 2.000 grivnas (55 euros) cada mes, algo que no ocurre desde septiembre».
Alla es asmática, tiene 61 años pero parece diez años mayor y es viuda desde hace cuatro años. Está muy triste porque justo por la mañana se han marchado al frente ocho soldados que tenía alojados en su casa. «Me han regalado esta caja de caramelos», dice enjuagándose las lágrimas. Aquí comían, dormían, la distraían y le daban seguridad. «Ponte el maquillaje, no llores y espera nuestro regreso», le han dicho al despedirse.
Su casa no fue asaltada por los rusos porque se encuentra alejada de la trocha de tierra que une una serie de granjas con el centro de la aldea. En la retirada muchos soldados rusos ocupantes abandonaron neveras, lavadoras e incluso váteres que habían robado en las casas saqueadas.
La enfermera Irina y su marido Alexander son enfermos de cáncer y reciben tratamiento oncológico por parte de la ONG. El hombre ha seguido arando sus campos para plantar maíz y girasol durante la ocupación rusa. «Un día dos helicópteros rusos nos sobrevolaron y uno de ellos se puso enfrente del tractor e inicio una especie de balanceo provocador como si se preparase para disparar pero se quedó en un susto», recuerda Alexander. Uno de sus trabajadores, muy guasón, le dijo: «Si nos matan aquí mi mujer es capaz de resucitarme para volver a matarme por no hacerle caso y quedarme en casa en vez de salir a trabajar bajo los ocupantes».
Alexander explica que dos tractores de última generación de la aldea fueron robados por las tropas rusas como hicieron en otros lugares de la Ucrania ocupada. El sistema GPS permitió rastrear el itinerario que hicieron y «ahora sabemos que están en Chechenia».
Durante la ocupación siguieron viendo la televisión ucraniana porque era raro ver patrullas rusas en el interior de la aldea. «Estuvimos tres meses sin electricidad y entonces escuchábamos la radio con una pequeña batería. Ahora hemos comprado un generador porque nos tememos cortes de luz continuos», cuenta Alexander.
Ambos admiten que apenas han tenido contacto con el enemigo invasor. Irina comenta que un día mientras esperaba la autorización para seguir su viaje en un control militar en las afueras de Petropavlivka, un soldado ruso bastante mayor se le acercó y le dijo casi al oído: «Estamos aquí cumpliendo órdenes». Irina conoce muy bien la situación sanitaria de sus vecinos. Asegura que la invasión no ha supuesto un mayor impacto en la salud mental de la población. «Aquí viven campesinos que se levantan muy temprano, trabajan aunque tengan miedo y eso evita que estén pensando todo el día en la guerra», reflexiona Irina.
En el regreso a Járkiv nos topamos con muchos edificios destruidos por los bombardeos Blindados rusos destrozados yacen como chatarra bélica en los laterales de las carreteras. Hay búnkeres abandonados. Un tráiler militar traslada un carro de combate averiado desde el frente.
En una aldea los militares ucranainos están repartiendo sacos de patatas entre los habitantes. Se ha formado una fila con dos decenas de hombres, mujeres y niños, el grupo humano más numeroso que hemos visto desde el inicio de nuestro viaje por la mañana temprano.
Los voluntarios de la ONG Mision Jarkiv realiza unos tres viajes terrestres cada semana para distribuir medicamentos entre enfermos crónicos en zonas conflictivas que se encuentran a tiro de la artillería rusa y donde no llega ni la sanidad pública ucraniana. En los controles militares ya los conocen y les permiten el paso con bastante rapidez.
Todos los medicamentos repartidos durante la jornada tienen el etiquetado español y forman parte de las decenas de toneladas recibidas por donantes españoles desde que empezó la invasión rusa de febrero